La noche fría cobijaba la montaña cubriendo cada pedazo de piel. El viento soplaba a ratos suave, a ratos fuerte, acariciando la melena suelta del indio; este caminaba apresurado con una encomienda al hombro por cumplir en casa del viejo Calore. El cielo sin ninguna prisa mostraba una a una las estrellas con un brillo azul lejano. El viento cantaba desde occidente, estrellando su canto en la montaña. La tierra parecía dura cargando resignada los pasos del indio.

El viejo calore

El viejo calore

El viejo Colore terminó de preparar la última bebida curativa, encargo de uno de sus pacientes; la noche, de alguna forma ayudó a enfriar cada caldo con su frescura, el viento traía el aliento diferente. “Alguien de la montaña prepara una puñalada para este servidor de la vida”, dijo el viejo acariciando su blanca cabellera, lucía desnudo de la cintura hacia arriba, sus enormes tetas caían entre el vello blanquecino de sus pectorales; ya superaba los noventa años, mas su vitalidad era tan fuerte como el acero. Ignoró una bocanada del viento y caminó presuroso, vació el cocimiento de hierbas medicinales dentro de una botella, agregó un polvo grisáceo y lo selló con fuerza; sonrió malicioso mientras caminaba a ubicarlo junto a otros encargos.

Calore salió de su casa y contempló la noche fría y solitaria perdida en la obscuridad, solo iluminada por las estrellas lejanas del firmamento; con sus ojos, el viejo acarició despacio la montaña, ensolvió el viento fresco. Sonrió. “Te esperaré hasta la alborada y cuando llegués comprobarás que conmigo es imposible luchar, no podrás, señora de las tumbas”, afirmó cuando exhaló una bocarada de humo de un largo puro negro. El viento rugió atemorizado, el viejo levantó las manos al cielo y caminó hacia adentro de la casa de tierra, se sentó en una rústica silla de madera a esperar mientras devoraba el puro.

El indio caminaba apresurado necesitando tiempo para cumplir la encomienda, de manera repentina sintió pesados sus pasos, como si se los hubiera querido tragar la tierra, miró hacia todos lados atemorizado, no había nadie, solo la noche lo acompañaba solitaria siguiendo la ruta de las estrellas, el viento dejó de soplar, “la noche se puso en mi contra”, pensó, “pero contra la noche, el cielo y el viento debo llegar adonde ese viejo tetudo para mandarlo al reino de las tumbas, es la orden de mi señora”, dijo en voz alta. Se quitó el sombrero y empezó a caminar despacio… de forma muy lenta.
La noche volvió más frío su manto, el viento se revolvía gritando entre los árboles de la montaña en un torbellino hacia el cielo; el viejo Calore no paraba de reír mirando el horizonte a través de la pequeña ventana de su casa, entre risa una exhalación de puro, entre cada exhalación de puro una risa, no quiso irse a reconciliar con su cama, estaba solo y debía enfrentar el peligro advertido entre el viento. Miró frío a la montaña, “la noche pasará ligera como siempre, muy pronto llegará la alborada y llegará hasta entonces el emisario como he solicitado con mi puro”, sonrió burlón y sarcástico.

El viejo calore

El viejo calore

Unos pájaros cantaron en unos árboles cercanos,  “el amanecer está cerca”, pensó el viejo y salió al patio de su casa, comenzó a exhalar un nuevo puro y lanzó una nueva bocarada de humo a la montaña, invocó al viento y lanzó unas fuertes palabras, los árboles de la montaña gritaron fuerte entre los silbidos del viento, la noche temerosa recogió su frío manto y se marchó al infinito, el viento sopló fuerte alrededor de la casa del viejo Calore, llevando de un solo golpe el sombrero del indio cuando ya esté asomaba entre el camino, el indio quiso detenerlo pero la rama de un árbol seco se despegó de su tronco y fue a pegar en su cabeza haciéndolo caer contra una piedra, el viejo Calore corrió hasta donde él y sonriendo confesó: “Te advertí a través del viento que no podrías conmigo; haces mal en obedecer a tu señora”.

El sol calentó las venas del viento, el indio se incorporó humillado, dirigió la mirada al viejo y caminó cabizbajo derrotado. El viejo lo miró partir, cuando lo hubo perdido de vista exclamó mirando a la montaña: “Por algo sigo siendo el viejo Calore”.

 

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