La tecnología nos ha dado enormes posibilidades de aprendizaje y comunicación, pero como todo gran poder, también lleva mucha responsabilidad en quien lo posee. Con el paso del tiempo, se ha ido reduciendo la edad con la que los niños comienzan a tener contacto con dispositivos tipo tabletas o celulares, y con ello muchos padres de familia han perdido el control. La UNICEF en su informe: Niños en un mundo digital, publicado en 2017, advierte sobre los peligros de la tecnología relacionados con la privacidad, intimidación y abuso contra los infantes; y enfatiza los diferentes tipos de riesgos a los que se enfrentan: de contenido -acceder a información no deseada e inapropiada-; de contacto -la comunicación arriesgada como, por ejemplo, con adultos encubiertos-; y de conducta -cuando el mismo niño tiene comportamientos que ayuden a producir contenidos y contacto inapropiado o riesgoso, como por ejemplo: bullying o pornografía-. Pese a ello y a múltiples llamadas de atención, un gran número de padres sigue consintiendo a la tecnología para ser un aliado en la educación y entretenimiento de los niños, supliendo fácilmente a todo aquello que puede darles un mejor desarrollo motor, cognitivo y emocional como es, el juego.

El juego es para los niños, la forma más natural, placentera y espontánea de aprender. Dentro de él podemos observar conductas y emociones que es muy probable que de manera cotidiana no puedan expresar, y lo más importante, con un juego guiado podemos modelar el aprendizaje, hábitos y actitudes de los niños. Sin embargo, en la actualidad el tiempo dedicado a jugar se ha visto reducido y poco a poco hemos olvidado los juguetes o juegos tradicionales que son sumamente retadores e invitan a desarrollar la motricidad fina y gruesa, tolerancia a la demora y a la frustración, así como herramientas para la vida como la resiliencia, empatía y el cuidado del cuerpo propio y ajeno, entre muchos otros. Poco a poco los dispositivos electrónicos han acaparado más la atención pues no es que sólo los niños los encuentran estimulantes, sino que los propios padres pasan largas horas frente a ellos y esto supone, en el proceso cognitivo del niño, que evidentemente estos extraños aparatos son interesantes pues los adultos no pueden estar sin ellos; y es así como comienza la primera dificultad para eliminar los malos hábitos: la falta de coherencia y consistencia en el ambiente familiar.

Más juego y menos tecnología

Más juego y menos tecnología

Como resultado de ello, en el ámbito escolar es común observar cambios significativos en la conducta de los alumnos, en ocasiones consecuencia de la falta de sueño, impulsividad y rabietas, en gran número relacionado con el deficiente manejo de la tecnología en casa. Observamos a niños con vista cansada, dificultades para precisar trazos sencillos, apáticos y claramente aburridos en las clases, porque evidentemente ni la maestra ni los contenidos son tan divertidas como una aplicación o una consola. De ahí la importancia de encontrar el equilibrio, pues la tecnología tiene grandes ventajas: existen múltiples herramientas digitales que ayudan a aprender (de memoria) contenidos académicos y pueden ser “complementos” educativos, y de hecho es posible que en unos años la educación en las escuelas sea aplicada en gran parte de manera tecnológica; pero nunca podrán sustituir las ventajas del contacto real con las personas y con los materiales didácticos.

Considerando la crisis de salud mental que estamos viviendo, perder el control de la tecnología con los niños, equivaldría a limitar su potencial cognitivo, emocional y social y, a su vez, disminuir notablemente las posibilidades de adquirir herramientas psicológicas que permitan tomar mejores decisiones en momentos de crisis. Las directrices de crianza en una época donde las ventajas y los peligros digitales van de la mano deben ir encaminadas al equilibrio saludable, teniendo en cuenta el tiempo, vigilancia, edad y contenido de lo que nuestros niños ven en los dispositivos electrónicos. Nuestro ejemplo y tiempo de calidad será el mejor método de enseñanza para ellos, que son hoy por hoy la fuente de esperanza para una mejor sociedad.

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