La pandemia 2020-2021 nos ha enfrentado a pérdidas irreparables de familiares, amigos, colaboradores y desconocidos, nos hemos dado cuenta del concepto privado y colectivo de la muerte y el cómo la estamos enfrentando; la confrontación a la noticia de una situación indeseable, es decir, la realidad contundente de la ausencia decisiva de una persona cercana o de miles de personas en el mundo.

Existen diversas culturas que explican esta parte final de la vida, pero ¿qué pasa con las muertes repentinas? accidentes, homicidios, suicidios o desastres naturales, como se enfrenta una muerte repentina a contrario sensu que una muerte natural, como enfrentar la muerte de un hijo o una pareja, es un tema complejísimo y requiere una maduración muy profunda, ya que no solo es el proceso de aceptación sino de asimilación, continuar sin culpa.

Y ¿qué de aquellos que saben que van a morir?

como asimilan esa realidad en los últimos días de su vida, citando a Alfonso Ruiz Soto: “estamos frente a un proceso de significación personalísimo, íntimo, en el cual, ponemos en juego la totalidad del sentido de lo que somos”. El supremo misterio de la existencia humana que toda persona debe descifrar para lograr la más intensa, desenfadada y armónica relación con el momento presente.

La muerte es ineludible, es lo único certero en nuestra vida, es la culminación de nuestra existencia, es por ello que la mejor preparación que podemos tener para ella es vivir, vivir sin culpa, sin límites, entender que la vida es una y que los límites son mentales, la muerte, los funerales deben ser una celebración de la vida de quien se va, tenemos que alabar su paso por esta dimensión y recordar a cada momento su participación, su legado, asistirnos en un último viaje, es triste perder a un ser amado, el peor día de mi vida sigue siendo el día en que mi madre murió, pero su vida dejo marcada la mía de manera perene, eterna y maravillosa.

Tenemos que trabajar en este tema, asimilar la cantidad de muertes que hemos vivido a nivel mundial

Entender que debemos de dejar de temer a la muerte, asimilarla como un último viaje y celebrar la vida de todos aquellos que han partido, están partiendo o partirán antes que nosotros; dar un matiz fascinante y profundo a nuestra partida, dejar un legado de paz y, si somos sobrevivientes, vivir sin culpa, aprovechar la vida al cien por ciento, disfrutar nuestra línea del tiempo: la elección de nuestra familia, pareja, hijos, vocación, enfermedades, accidentes, éxitos, fracasos, encuentros y desencuentros de toda índole, y cualquier otro tema que haya marcado nuestra vida de una manera importante y definitiva.

Para aprender a morir primero tenemos que saber vivir y vivir en plenitud, con honor, convencidos de nuestro camino, en paz, alegres y sobre todo libres de toda culpa.

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