Dolor, impotencia y frustración es lo que siente hoy la comunidad boliviana. Finalmente lo que tanto se temía se ha vuelto una realidad y “mini Maduro” ergo,   Evo Morales, ha conseguido un fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que le permite “repostularse” a la presidencia de Bolivia en 2019, es decir, para una cuarta    gestión.

Todo esto sucede además -agregándole un matiz totalmente dramático y  preocupante al asunto-, luego de que el 2016 se gastara más de 153 millones de  bolivianos, más o menos 22 millones de dólares, en un referendo que era claro en    sus objetivos: preguntar al pueblo si estaba de acuerdo en una nueva postulación del mandatario ¿el resultado? Ganó el no.

Algunos sostienen que ganó con un  mayor porcentaje del que finalmente vio la luz y otros comentaban entre susurros  que la población estaba confundida. Pero los pormenores ya no importaron; había ganado el no, hecho que supuso un gran revés contra Morales y todo su séquito.

En ese momento se sintieron pequeños atisbos de esperanza que señalaban que en  Bolivia había respeto por la democracia y el querer de la sociedad, que en Bolivia, la  gente era reaccionaría y no deseaba la perpetuación en el poder de nadie, QUE EN    BOLIVIA, se evitaría seguir el camino de angustia y desesperación que viven los venezolanos.

Poco más de un año duró la utopía.  No es que la noticia sorprenda, todo el año se escucharon entre rumores e informes incompletos de medios de comunicación, que el gobierno optaría por otra vía para

conseguir lo que no había logrado por la vía democrática. Y vaya que lo obtuvieron.

Su victoria en este momento es palpable en las palabras del mismo presidente “una  de las vías constitucionales planteadas por movimientos sociales en diciembre  pasado ha sido reconocida: estamos habilitados para que el voto del pueblo defina darnos su apoyo para una nueva gestión.

La Revolución Democrática y Cultural sigue. ¡Hasta la victoria siempre!”  ¡PLOP! ese es agregado mío, valga la aclaración. A estas alturas sería fuerte decir que el pueblo ya definió y dijo que no, sería más fuerte aún sostener que al parecer los resultados solo son válidos cuando están alineados con las disposiciones de gobierno, sería auténticamente descomunal decir que en Bolivia no se respeta la democracia. Ponerlo así suena desproporcionado pero no por ello es menos cierto.

 

Sigue leyendo Erika Peñaranda Wolfhard

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