Cada reunión había sido idéntica a la anterior, y a la anterior, y a la anterior. Y ésta, no parecía mostrar ningún indicio de que fuera a ser diferente a todas las reuniones que la habían precedido.

Una vez más, los invitados se encontraban envueltos en una disputa en torno a qué música era mejor que otra.
Tchaikovsky es bueno… Los rusos tienen un gusto singular, un buen gusto. Y no se encuentra en cualquier parte –comentó Pantalón.

–Prefiero algo más moderno. Quizá… Glenn Miller. Adoro su serenata a la luz de la luna –expresó la jóven Cortina.

–¿Glenn Miller? ¡Bah! –protestó Suéter.

–Muestra un poco de respeto, Suéter. Es una niña –dijo Radio.

El Gato Viejo

El Gato Viejo

–Me parece que la subestimas Radio… es casi una mujer –respondió.

Era cierto. Cortina ya era casi una mujer. Cualquiera habría pensado que lo era, si tan solo hubiese tenido poco más desarrolladas las tetas que aún no terminaban de crecerle.

«Unas tetas como esas me habrían servido para criarme mejor cuando era pequeño» –pensó Suéter.

La madre de Suéter había muerto de tisis cuando era apenas un recién nacido. Las dos nodrizas que le habían educado decidieron no darle pecho, porque decían que él era muy voraz, que mamaba por dos.

–Pienso que será mejor dejar el tema de una buena vez –sugirió Radio educadamente–. La última vez que hablamos de música todos se pelearon… Recuerdo que Cortina se fue a dormir, y dejamos de vernos una semana completa.

–¿Y qué sugieres entonces, Radio? –inquirió Lámpara.

–No lo sé. Intentemos hablar de cualquier otra cosa.

–¿Y de qué? –cuestionó Pantalón.

–¿Tan grande es tu carencia intelectual, Pantalón? Veo que tu cultura se ha limitado

–dijo Suéter en tono zafio.
–De ningún modo. Pero dudo que estés a la altura de hablar de cualquier otra cosa… No te culpo, el arte es un tema muy vasto, es para gente culta.

–¿Qué intentas decir con que es para gente culta? –Se molestó Suéter. El comentario le había hecho sentirse agraviado.

–¡Ya sé! –gritó Cortina–. ¿Qué tal si contamos historias?

–¿Historias? ¡Qué dices! La gente de aquí es tan prosaica que apenas y entiende de música… ¿Qué podríamos esperar de la literatura? –dijo Pantalón–. Aprecio mucho tus esfuerzos, querida Cortina. Pero es inútil, no les exijas tanto a sus medianos cerebros.

–¡Me parece ofensivo tu comentario, Pantalón!

–¿De verdad, Radio? No, no te preocupes, no hay nada de eso en mis palabras –replicó en tono mordaz.

–¡Pues a mí me parece que sí!

–No Radio, te digo que no.

–¡Esperen! ¡No! ¡No me refería a la literatura!… Quería decir, no sé, tal vez… ¿Qué tal si contaran historias sobre ustedes? Cosas que jamás se han dicho… Secretos.

El Gato Viejo

El Gato Viejo

–¡Qué tontería! –comentó Suéter.

–Niña, ¿Qué te hace pensar que compartiría mi vida privada con ésta clase de patanes? –mencionó la señora
Lámpara.

Pantalón se rio.

–Pues mí no me parece una mala idea –dijo Radio–, es más… Yo empezaré.

Suéter empezó a reír a carcajadas, descaradamente; Lámpara se sintió ofendida un instante.

–Quizá Pantalón tiene razón, te has rejuvenecido, yo pensé que te gustaba Schubert, llegué a conocerte escuchando a Bach –confesó Suéter –, y también a… ¿Quién era?

–Tchaikovski –intervino Pantalón.

–Claro, Tchaikovski.

Cortina escuchaba atenta lo que decían los viejos, casi siempre era muy introvertida, aunque tenía pensamientos valiosos en su cabeza, era “casi una mujer”, y era muy inteligente, decidió intervenir en la conversación: –A mí me gusta otra cosa, como Glenn Miller, y su serenata a la luz de la luna.

Radio dio tragos a todos sus amigos, Ginebra y Brandy, mientras para Cortina, sirvió un poco de té de lima, después dijo: –La última vez que hablamos de música, todos se pelearon, recuerdo que Cortina se fue a dormir y nos dejamos de ver una semana completa, propongo que hablemos de otra cosa.

–¿Y de qué quieres hablar Radio? –preguntó Pantalón –, no es por nada pero, literatura, dudo que Suéter tenga idea, pintura no es opción más que para mí, no sé, las artes son para los cultos.

Suéter miró a Pantalón con ojos bramantes, y en un segundo se puso tan rojo como el acero al fuego.

–¡¿Qué intentas decir con que es para gente culta?! –refutó Suéter.

Cortina no tenía motivos para intervenir, pero decidió hacerlo antes de que hubiera una discusión: –Tal vez… no lo sé, podríamos contar historias.

Lámpara volvió la mirada presta hacia Cortina, con extrañeza, frunció el ceño, e inquirió: –¿Qué clase de historias?

Cortina se quedó pasmada, ahora que por primera vez en su vida tenía la atención de todos, se sentía nerviosa. Muchas veces había imaginado ese momento, cuando al fin los adultos dejan de ignorarte y empiezan a hacerte un poco de caso; Cortina había deseado muchas veces compartir su opinión, y el momento no había llegado precisamente como ella había supuesto.

–Pues… podrían ser historias sobre ustedes –propuso Cortina.

Si no has leído los capítulos anteriores hazlo en los siguientes links: Cap I El Gato Viejo y Cap II El Gato Viejo por Habid Marín

 

 

Sigue leyendo a Habid Marín

No Hay Más Artículos