Benito era un buen tipo, aunque en ciertos aspectos fuera algo anárquico, haciendo a veces las cosas de forma algo desordenada e irresponsable, lo que muchas veces, irritaba a los que le rodeaban.

Era muy tranquilo y metódico en su puesto de trabajo en la biblioteca municipal, un trabajo que le satisfacía y no requería un excesivo desgaste de esfuerzo físico. Le gustaba manejar libros y tratar con la gente. Siempre trataba de orientar a los usuarios de la biblioteca de forma que quedaran completamente satisfechos con el servicio que desde allí se proporcionaba.

Inauguración

Inauguración

Con sus gafas de pasta, su brillante pelo rubio y su amistosa sonrisa, que le daban un aire de estudiante universitario, pese a que se acercaba peligrosamente a los cuarenta, conseguía establecer una buena relación con sus compañeros, y con las personas que habitualmente hacían uso del servicio de préstamo de libros, dejándoles siempre una grata sensación. Si embargo, en sus ratos de ocio, no era tan tranquilo como aparentaba en su plácida vida laboral. Le gustaba la juerga, quizá demasiado, y ahí, no ejercía tanto control de lo que hacía, con lo que a veces, la situación se le iba un poquito de las manos. Era casi como si al salir del trabajo se transformase en un Mr Hyde sediento de diversión y placeres, como un Keith Richards de presupuesto ajustado. Por suerte, su afición a la farra, no interfería con sus obligaciones laborales.

A causa de su descontrol, su vida estaba llena de altibajos, y aunque  no tenía ningún amigo que en algún momento no se hubiera crispado por ese motivo, siempre conseguía que todo se tranquilizase en poco tiempo, volviendo las aguas a su natural cauce.

Tan sólo una persona continuaba irritada con el. Su amiga Úrsula, una rubia con muy mal humor, a poco que se le pinchara. La recordó de repente, mientras estaba ocupado catalogando las novedades que acababan de recibir en la biblioteca. No supo que fue lo que le hizo recordarlo, pero repasó en su cabeza lo que había pasado.

Úrsula estaba feliz, acababa de comprarse un pequeño apartamento, y quiso compartir su alegria con todos sus amigos, a los que invitó a una pequeña fiesta, para inaugurar su nueva etapa. Una celebración tranquila, a la que todos habían accedido a asistir, Benito el primero, pues no había fiesta a la que no se apuntara. Se presentaba como un divertido plan para la noche del viernes.

Todo comenzó con buen pie. Música relajada, ambiente distendido, entretenidas conversaciones. Pero Benito, como casi siempre que salía por ahí, tenía que dar la nota. No era algo intencionado, pero parecía llevar el caos escrito en su código genético.

Inauguración

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Para empezar, llegó tarde. Tarde y algo borracho ya, pues había hecho una pequeña parada, una incursión relámpago en alguno de sus tugurios habituales. Se había tomado unas copas, y había consumido alguna que otra sustancia psicoactiva, de la que en muchas ocasiones iba bien provisto, y cuyos efectos eran un añadido en cuanto a los pequeños jaleos que siempre le acompañaban.

Benito estaba claramente achispado, eso no ofrecía ninguna duda.  Sus ojos enrojecidos, su risilla, y su perezoso y entrecortado hablar lo hacían evidente.

En cuanto entró, tras saludar a la anfitriona, lo primero que hizo fue abalanzarse sobre la mesa en la que estaban dispuestas las bebidas, preparándose uno de sus brebajes predilectos, un tequila sunrise bien cargado.

Con el vaso en una mano, y un canuto en la otra,intentaba ligar con un pequeño grupo de chicas, las amigas más intimas de Úrsula, concretamente con Pili, la más antigua de sus amigas. Pili era una preciosa pelirroja de ojos verdes y piel muy blanca, más alta que Benito. Úrsula, no había dejado de mirar a Benito desde el momento en que había llegado, temerosa de que fuese a organizar cualquier lío al primer descuido.

A Úrsula le sorprendió observar que su amiga Pili parecía interesada en ese desastre con patas que era Benito. Tuvo que dejar a un lado su particular vigilancia, pues tenía gente a la que atender, gente que hacía tiempo a la que no veía, y a la que quería saludar y hablar. Esperaba que todo estuviese tranquilo y no hubiera ningún contratiempo.

Al cabo de una media hora, Úrsula, en vista de que hacía falta, fue a la cocina a por más botellas, que había tenido la previsión de guardar en la nevera para que fuesen enfriando. Al entrar en la cocina, cuya puerta estaba cerrada, se encontró una dantesca escena. Vio a Benito y a Pili, desnudos, montándoselo en la mesa de la cocina, a la vez que se grababan mutuamente con las cámaras de sus móviles. La estancia estaba llena de humo, con un apreciable olor a cannabis. Las revistas de moda, que tenía perfectamente ordenadas sobre la mesa, ahora se encontraban desparramadas por el suelo, junto con prendas de ropa de la depravada pareja. Había vasos y  botellas por todas las repisas, sin orden ni concierto, y el congelador estaba abierto de par en par, sin un mísero cubito de hielo aprovechable. Todo aquello unido a los jadeos y risotadas de esos dos, mezclado con la música que provenía del salón, provocaba  una cacofonía que aumentaba la sensación de irrealidad, y la incomodidad ante lo que tenía delante.

Les hizo saber que estaba allí, puesto que estaban a lo suyo y ni se habían enterado de su presencia. Salió un momento para darles tiempo a vestirse. Cuando lo hubieron hecho, Úrsula cerró el congelador, y abrió las ventanas, para que saliera el humo. Les dio quince minutos para que recogieran toda aquella mierda y volvieran con todos los demás al salón, en donde podría tenerlos controlados. Una vez hecho, y tras ser revisado y dado el visto bueno por Úrsula, Pili y Benito, entraron en salón sin dejar de besuquearse, ante la mueca de disgusto de la anfitriona.

Tras un par de tragos más, Benito, como era habitual en él en ese tipo de eventos, murmuró algo sobre darle más ritmo a la fiesta, con intención de cambiar la música hacia algo más movido. Intentó llegar hasta el equipo de sonido, pero el sortear a otras personas, sumado a su carga etílica, los efectos del cannabis, y la descarga de energía con Pili, no le ayudaban a hacer de su caminar algo con mucha estabilidad. Los temores de Úrsula se hacían realidad. Benito tropezó con el borde de la alfombra del salón, cayendo encima de la bonita mesa de centro que acababa de comprar, pegándose un sonoro hostión en el que el pobre mueble no resistió, partiéndose a la mitad, mientras Benito, además del golpe, se llevó de propina alguna pequeña quemadura, seguramente por los cigarros encendidos que tenían en el cenicero que descansaba sobre la mesa. Mientras todo pasaba se oía algún chillido asustado, por alguna persona algo exagerada. También se oía alguna carcajada divertida, probablemente  de alguien que sabía de Benito y sus andanzas.

Inauguración

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Lo bueno para Benito, es que el alcohol amortiguaba el dolor casi por completo, era casi como estar sedado. Desde el suelo, en el que sorprendentemente se encontraba a gusto, sacó un cigarrillo, y se lo encendió. Como el no se levantaba, lo levantaron entre Pili y un chico que ni conocía. Después de examinarle y comprobar que no tenía nada roto ni ninguna herida lo acostaron en el sofá, para que descansara, y para que no diera la tabarra. Úrsula hervía por culpa de la mesa, que no tenía arreglo.

Pasado un rato, algunos asistentes comenzaron  a irse. Mientras Úrsula los acompañaba y despedía, Benito se dejó llevar un rato por la somnolencia… mientras fumaba, provocando que las cortinas de la ventana que tenía encima de su cabeza se prendieran, extendiéndose el fuego a la correa de la persiana.

Nuevos chillidos histéricos, Benito despertándose sobresaltado y maldiciendo, mientras un desconocido parecía rociarle con un extintor. Úrsula , hecha una furia, echando a Benito de su casa y de su vida, esos fueron los resultados de aquella noche. No había taxis, Benito, vestido de alcohol, tuvo que ir andando hasta su casa, tambaleándose, lo que le llevó un buen rato hasta que logró llegar. No sin antes descargar líquidos en un garaje cercano. En cuanto llegó a su casa, la tierra prometida después de tanto follón, se derrumbó como un árbol recién talado, sin molestarse siquiera en quitarse la ropa, y no tardó en ponerse a roncar.

Eso era lo que había sucedido, según recordaba Benito, y a partir de aquellos hechos, cuyo rumor se extendió como la pólvora, se le vetó a ese tipo de fiestas inaugurales, para no tener que reconstruir de los cimientos el piso nuevo que Benito destruiría, según decían las malas lenguas. No les culpaba por ello, quizá desde su perspectiva era lo mejor, pero tampoco él se sentía culpable. Había sido fortuito, accidentes hay en todas partes. El no iba a cambiar su forma de ser, ya tenía muchos años como para eso. Además, si le apetecía alguna fiesta de inauguración, siempre tendría las de los nuevos bares, en los que no le conocían, y podía hacer de las suyas a sus anchas.

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