En la antigüedad, la llegada a Homero comenzaba en la más tierna infancia y lo acompañaba toda la vida, abandonarlo, sería como una traición a su propio ser. No hubo un intelectual griego que no haya sido penetrado por su influencia. Para Heródoto conformaba el panteón helénico, para otros, era un profeta. Pero igualmente su figura también fue motivo de diferentes disputas religiosas y filosóficas. Jenófanes, Heráclito, Zoilo de Anfípolis, Epicuro y sus discípulos fueron algunos de “sus enemigos”.

En el siglo IV a.C. surge el sistema alegórico en defensa del poeta; dirá el filosofo Porfirio a finales del siglo III d.C.: “esta forma de defensa es muy antigua y remonta a Teágenes de Regio, el primero que escribió sobre Homero”. Con esta breve introducción he llegado al punto que quiero desarrollar: la alegoría.

Iré a un fragmento de Odisea, canto XIII:

          “…Al extremo del puerto hay un olivo de anchas hojas y cerca de él una gruta amena y sombría…”

 

Estrategia para un inicio... y un por qué

Estrategia para un inicio… y un por qué


Porfirio, proyectando su mirada neoplatónica
hará un análisis alegórico de todo el pasaje, profundo y extenso; yo aprendiendo de él atenderé solo éste, pues refiere al contenido que pasaré a comentar.

El “extremo del puerto” es la cabeza. ¿Quién nace de la cabeza de Zeus? Atenea; ¿cuál es uno de los símbolos con el que se representa a esta diosa? El olivo; ¿y la gruta? Es para el ascenso y descenso de las almas. Es imprescindible para leer Odisea saber ésto o hacerlo necesariamente desde este lugar, la respuesta es no, pero confiese mi lector, aquí entre nosotros ¿no siente un ruidito diferente ahí dentro?

En mi caso hubo un estruendo que fue determinante, y lo fue para resolver una dificultad, quizás la más problemática que suele presentarse dentro del quehacer literario, el inicio: el Emperador Juliano es herido de muerte, su alma marchará de la mano del dios hasta el extremo de una senda que conduce a una gruta, a su lado se encontrará con “un olivo de anchas hojas” y a su sombra, ante ella, mientras agoniza y hasta que abandone su cuerpo, se verá nuevamente pasar.

Así se presentará este neoplatónico de la escuela de Jámblico; con la apariencia de un anciano comenzará a comentar y debatir con el joven, el César y el Augusto que fue, pero como esto sucederá en su mente, se le sumará el monólogo interior y el tiempo real, que lo llevará también a interactuar con sus amigos sobre temas filosóficos.

Estrategia para un inicio... y un por qué

Estrategia para un inicio… y un por qué

Permítaseme una confesión. Sucede que es innegable que a partir de que la Iglesia tomó el poder con Constantino, se hizo dueña de la historia escribiéndola a su conveniencia y aunque hoy sabemos la verdad, muchas de sus mentiras se incorporaron a la tradición… ¿se entiende? Juliano tenía fanáticos frente a él y yo ya los presiento, por ésto me obligué a que mi trabajo no debía tener fisuras ni debilidades; entonces transgredí las reglas de estilo del género y además, para construir un lenguaje concluyente, decidí navegar por las aguas de la nouvelle: los tiros deben ir todos al blanco de lo verídico. Este extraordinario hombre fue estigmatizado y debió soportar más de mil doscientos años de injurias hasta ser rescatado por Voltaire, por eso creo que su memoria debe ser tratada con el mayor respeto; es cierto que traer a un erudito neoplatónico del siglo IV sin maquillaje al XXI,  para un público educado en la mentira y por añadidura a la épica del cinematógrafo, puede resultar ininteligible y llevar a conclusiones erróneas; no tengo la pretensión de “hacerme el oscuro”, nada más alejado de ésto, acepto el riesgo, porque creo que su historia dentro del llamado conflicto paganismo-cristianismo no debe quedar circunscripto a una pequeña élite y debe llegar a todo aquel preocupado por conocer de “la otra historia”, la verdadera; por eso mi deseo dorado es, que quien se anime a mis letras apunte los libros de la bibliografía que me nutrieron a mí, para ir por más

El próximo artículo lo dedicaré a examinar la herejía arriana, que el primer concilio ecuménico de la Iglesia celebrado en Nicea y convocado por Constantino no logró resolver. Juliano hubo de desarrollar su vida en medio de esta sangrienta disputa.

 

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