Y nuestro observador se encontraba sensorialmente atrapado por la hechizante quietud-silencio, teniendo su espíritu en volutas de un goce demasiado relajante, observando minuciosamente las hermosas ventanas, en alguna vivienda enaltecida de suntuosos balcones, justo en el momento en que inquiría como observador ¿Cuál fue el origen de los vistosos “imperios” de las fiestas del Espíritu Santo? cuyo observado, le contestaba, de forma telepática:- el centro de ceremonias de las fiestas del Espíritu Santo, se ve exclusivamente reflejado en un colorido y fantasioso “imperio”, que es usado para el reparto del consagrado pan, teniendo su origen en la donación de comida hecha a los pobres, cuya tradición fue introducida por la aragonesa reina santa Isabel, esposa de Don Dinis, el rey granjero.

La apacible Isla de Terceira

La apacible Isla de Terceira

En el séptimo domingo, después de la Pascua, se hace entonces una sopa típica a base de ternera y verduras, que es cordialmente repartida entre todos los asistentes, que se acercan jovialmente a uno de los vistosos “imperios”. En esta apacible isla de Terceira, tan rebosante de verdes pastos, habrá un total de 68 “imperios” de elegante decoración, que son considerado como una de las formas más acabadas e interesantes de toda la arquitectura popular de la isla de Terceira.

Los mismos fueron construidos entre los años 1670 y 1998, todos ellos fuertemente relacionado con el culto del Divino Espíritu Santo, siendo refinadamente ornamentados en primavera, enaltecidos de tan brillantes colores, teniendo cada “imperio” un área de aproximadamente 30 m2, dotados de una porta y dos ventanas en su fachada principal y, aún, por una escalera desmontable. Durante las fiestas del Espíritu Santo, en su garrido altar, siempre quedan expuestos la corona, el cetro y la bandeja del emperador.

Y anexo a los imperios, se encuentran ubicadas las “despensas”, donde se guarda el pan, la carne y el vino, que será consumido en estos animados festejos. Y continuaba el observador, deambulando por la rua São João, sin nunca detenerse, mirando maravillado hacia otras atractivas ventanas, volviendo a inquirir ¿Cuál es la mejor fecha en las Azores, para poder avistarse tan colosales ballenas y tan rápidos y elegantes nadadores delfines? Un otro observado, replicaba entonces: -En el verano, las aguas que rodean las islas Azores, reciben una gran variedad de ballenas y delfines, donde hasta el año 1984, la captura de la ballena formaba parte de la vida tradicional de estas islas, siendo desde la década de 1870, cuando los propios isleños llevaron a cabo una captura a gran escala en sus propias aguas. Tras el año 1980, quedó prohibida la caza de la ballena, donde hay unas 20 especies de cetáceos, que generalmente frecuentan las aguas atlánticas de las Azores, siguiendo las corrientes templadas del golfo, para poder alimentarse en estas tan cálidas aguas.

El avistamiento de ballenas más impresionante está relacionado con las grandes ballenas rorcual, consideradas como las más grandes de todas las ballenas dentadas, siendo demasiado valoradas por su esperma, y que en pequeños grupos familiares se van sumergiendo en las abisales profundidades del océano Atlántico, en busca de calamares gigantes. Esta antigua práctica, se ve reflejada en los scrimshaws, unos vistosos grabados que se hacían con los dientes y los huesos de los cachalotes, donde se grababan tantas escenas balleneras. Cuanto a los grupos de delfines, son mucho más fáciles de avistarse por estas aguas, surcando las olas a unas velocidades difíciles de creer. Los delfines comunes son tan juguetones, saltando increíblemente sobre las estelas que van dejando los grandes barcos.

La apacible Isla de Terceira

La apacible Isla de Terceira

Y para poder apreciar la puesta del sol y saborear de la vista más espectacular del puerto de Angra, ya iba nuestro observador, subiendo, paulatinamente, el Monte Brasil, telúricamente connotado con un volcán elevado del fondo marino, y donde se llevó a cabo la plantación de ciertos árboles frutales y de viñas. Justo en el momento en que deambulaba él por el antiguo puesto de vigía para la caza de cachalotes, miraba tan apaciblemente, en lontananza, bajo el efluvio de tan inmensa curiosidad contemplativa… su tan inquisidora mirada, ya cruzaba lenguas de mar y tierra, que por aquellos lares se llamaban las fajãs de Graciosa, para finalmente poner su especial atención en la majestuosidad brumosa del volcán activo de Pico Alto, que con sus 2.251 metros estaba considerado como el punto más elevado de Portugal… en sí mismo, representaba la galvanizadora cumbre de un gigantesco volcán submarino, cuyo edificio volcánico medía casi 5000 metros de altura, extendiéndose a lo largo de ciertas fallas de transformación, fracturas existentes en la corteza terrestre, que cruzaban parte de la dorsal atlántica. Y era en la impresionante isla del Pico, donde sobresalía tan sobrecogedor paisaje de la cultura de la viña, un área vitivinícola de unas 987 hectáreas y que, en el año 2004, fue catalogada por la Unesco, como Patrimonio de la Humanidad.

Y todo este sobresaliente panorama, iba revelando la extraordinaria creatividad y el titánico esfuerzo de los habitantes de la isla del Pico, así como la relación de simbiosis con toda la fértil naturaleza volcánica de fascinante isla. Y la producción de muy buenos caldos, había empezado durante el siglo XV, en un suelo volcánico cuajado de tantas propiedades beneficiosas para el cultivo de la viña, por el mero hecho de contener una enorme riqueza de nutrientes.

Y la misma piedra volcánica, siempre fue utilizada para levantar los muros, que iban creando geométricos y titánicos “currais”, que, ante todo, protegían y abrigaban la vid del calor del sol y de la fuerza del viento. Y su excelente producción vitivinícola, era báquicamente caracterizada por el vino blanco, denominado, Terras de Lava, el vino tinto, Basalto, y por fin el vino licoroso, Lajido. Y ocurría por fin el regreso a casa, comenzando al rito iniciático, aeropuerto-vuelo placido-domicilio lisboeta. El ocaso del día. Bajo un hermoso crepúsculo, se sentía ahora él observado, desde el miradouro de Santa Luzia, realzada por una pérgola de coloridas buganvillas, donde descansaba un poco tras haber subido por empinadas calles de la vieja Alfama, desfrutando, al mismo tiempo, de deliciosas vistas que abarcaban los cálidos tejados de Alfama y del estuario del Tajo.

En el horizonte, se destacaban la cúpula de Santa Engracia, la iglesia de São Estevão y las dos torres blancas de São Miguel. Por fin, se daba cuenta el observado, que en la fachada sur del miradouro de Santa Luzia, había dos grupos de azulejos, uno relacionado con la Praça do Comercio, antes de ser arrasada por el terremoto de 1755 y el otro que describía el ataque de los cruzados cristianos al Castelo De São Jorge, en el año 1147. La noche.

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