Transcurriendo la ruta del conocimiento “leornadesco”,  ¿dónde se encontraba nuestro narrador omnisciente ahora mismo? De forma tan subrepticia,  oteaba él la memoria del mundo, en aras del goce de una gran aventura espiritual, estando siempre en continuo equilibrio entre la indagación científica y la especulación mental, que siempre había caracterizado toda la evolución de Leonardo da Vinci, pues en el año 1482,  abandonó Florencia por Milán, para llevar a cabo una  delicada misión diplomática-cultural, bajo el encargo de Lorenzo de Medici, quien con el fin de reanudar las relaciones con el duque de Milán, Ludovico Sforza,  más conocido como el Moro, envió a Leonardo a fin de entregarle un regalo, es decir, una lira inventada por este  eclético artista y maestro de ceremonias, pues era el único que tocaba tan bien ese sofisticado instrumento. A su llegada a Milán, Leonardo da Vinci, se hizo preceder de una carta dirigida al Moro, al igual que en un curriculum ante litteram, donde se enumeraron hasta treinta y seis diferentes campos de actividad- en virtud de las cuales él consideraba poder ser de gran utilidad, para el duque Ludovico Sforza.

Dando énfasis a la ruta del conocimiento leornadesco, ¿Qué haría ahora nuestro narrador omnisciente en el refectorio de la iglesia dominica de Santa María delle Grazie? Seguro que contemplaría con  demasiada fruición estética, a la obra más compleja y más famosa de Leonardo, “La Última Cena”, cuyas figuras de los apóstoles se imponían por su monumentalidad, insertándose en un determinado ambiente que, desde el punto de vista de la perspectiva, era demasiado exacto.

La Ultima Cena Leonardo da Vinci

 Esta famosa obra de arte, fue producida mediante recursos de perspectiva, como la cuadratura del pavimento, el techo a casetones, los tapices de las paredes, las tres ventanas del fondo y la posición de la mesa; este tema pictórico representa la Eucaristía, donde el genial pintor, Leonardo da Vinci, eligió el momento más dramático del relato evangélico, es decir, el crucial momento, en el que Cristo pronuncia la frase: !Uno de vosotros me traicionará¡, brotando enseguida de forma intempestiva, todos los “Movimientos mentales”, donde los propios apóstoles se animaban dramáticamente y cuyos gestos eran de estupor y demasiado asombro. Algún apóstol, se levantaba porque no había captado correctamente las palabras de Cristo, otros se aproximaban, se espantaban, se retrocedían, como el apóstol Judas, que se sentía repentinamente aludido; infelizmente en la consumación de esta obra maestra, alusiva a su técnica pictórica, había sido aplicada una gama de colores al temple sobre dos estratos de preparación, pero en este caso no aplicado “Al fresco”, sobre la pared aun mojada, sufriendo, por eso, un deterioro precoz, que había comprometido muy seriamente su legibilidad. 

Alargando su ruta del conocimiento “leornadesco”, ¿dónde pondría él ahora el foco de buen contemplativo, a fin poder de indagar tan inefable sonrisa de “Mona Lisa”?  El magistral cuadro de “Mona Lisa”, es en sí mismo un cuadro de medio cuerpo,  donde en aproximadamente sus dos terceras partes, estaba totalmente volcado hacia el espectador, habiendo un pretil por detrás, tan ricamente adornado con columnas, que daba paso al paisaje del fondo, de forma a ser contemplado como una imagen tridimensional, constituyendo así en global compendio de todo el legado intelectual, tanto artístico, como científico, de Leonardo da Vinci,  aplicando denodadamente el fruto de todas sus investigaciones, en el campo de la óptica, de la anatomía, de la fisiología del ojo humano, de la perspectiva, del manejo de los propios colores, de la refracción y reflexión de la luz, con total maestría y una delicadeza insuperable.

La Mona Lisa Leonardo da Vinci

La concepción pictórica de la obra de arte más famosa de Leonardo da Vinci, la “Mona Lisa”, considerada como una dama florentina pintada al natural, llevada a cabo definitivamente en el Castillo de Cloux, a las puertas de Amboise, ubicado en el Valle del Loira, donde sobresalía magistralmente un elaborado juego de veladuras, tanta sabiduría geológica  y atmosférica, infundida por un asombroso paisaje admirablemente suspendido en la lejanía, pero lo que seguía dejándonos muy perplejos, era su misteriosa sonrisa, su enigmática mirada, antes que los propios labios. La sonrisa de la “Mona Lisa” respondió a un lugar común de la aquella época, relativo al encanto femenino, según los rastros de un rostro que sonríe con alegría y decoro, reflejando la belleza y con ella la virtud de la mujer, donde además exaltaba una potente introspección  psicológica, envuelta en un delicado sfumato, “Difuminado”, mediante la aplicación de numerosas capas de colores tenues y transparentes, de infinitos matices de sombras, que iban descomponiendo todos los contornos, en  sutiles transiciones de luz y sombra, otorgando a esta magistral obra de arte, una atmósfera tan densa y tan rebosante de plasticidad, a la impresionante figura representada.

Y la extraordinaria calidad pictórica del retrato de Mona Lisa”/Lisa Gherardini, considerada como la tercera esposa de Francesco Bartolomeo di Giocondo, acaudalado e influyente comerciante de sedas, como obra cumbre de Leonardo da Vinci, se basó en tan minuciosa representación de todos los detalles; la propia imagen, por la  armonía de las formas y por el contenido lirismo de los propios sentimientos, fue una de las expresiones más sublimes de Leonardo da Vinci; dedicó a esta sublime obra maestra, cerca de cuatro años de su propia vida, en la confección de este superlativo lienzo, siempre movido por una curiosidad irreprimible, algo que hubo en aquella dama que debió despertar su interés, sirviéndole de acicate los cuatro años siguientes, cuando permaneció en Florencia, poniendo entonces todos los recursos a su alcance, para lograr que ella se encontrase siempre tan relajada y tan cómoda, durante las sesiones de posado, contratando incluso músicos para dulcificarle tan alargada estancia.

 Por fin, transcurriéndose siempre por la ruta del conocimiento “Leornadesco”, daba ahora nuestro narrador omnisciente énfasis a su obra de arte, “Santa Ana, La Virgen, el Niño y el Cordero”, concebida en los dos primeros años del siglo XVI, en la ciudad de Florencia, donde Leonardo da Vinci, se había dedicado en otras ocasiones a este tema religioso, al menos desde la época en que ejecutó los cartones, para los Servitas de la Santísima Anunciación de Florencia, cuyo grupo pictórico, se compuso con arreglo a una estructura piramidal perfectamente equilibrada, plasmando tan sobresaliente cuadro, en que se veía a Cristo con la edad aproximada de un año, escabullirse casi de los brazos de su propia madre, para acercarse a un cordero, al que parecía querer abrazarse. 

Santa Ana, La Virgen, el Niño y el Cordero Leonardo da Vinci

Y su madre se levantaba casi del regazo de Santa Ana, donde los cuerpos de ambas mujeres, parecían fundirse en uno solo, sujetando al Niño, para  poder separarlo del cordero [ofrenda del sacrificio y símbolo de la Pasión];  Santa Ana, alzándose ligeramente, daba la impresión de querer retener su propia hija, para impedir que apartara al Niño del Cordero, que representara quizás la Iglesia, que no quisiera que la “Pasión de Cristo”, fuera impedida de ningún modo; solo al cabo de tan atenta observación, se aclaraba magníficamente la disposición de todas las figuras, entendiendo así su verdadero sentido: la semejanza de edad entre María y Ana, y el sistema de relaciones que la obra de arte, establecía entre las propias figuras, resaltando los íntimos y  familiares vínculos entre Ana, María y Cristo, donde la propia atmosfera de intimidad realzaba la importancia de ambas mujeres, mientras que el Niño, aparecía un poco al margen, saltando a la vista tan transparente y tan viva luz, bajo tan radiante paisaje montañoso, que parecía alzarse de repente, llenando así todo el fondo, cuyas brumosas cumbres que se iban perdiendo en la lejanía, conformando una línea de horizonte demasiado alto y resaltando así el eterno ciclo vital de la propia Naturaleza; el genial Leonardo da Vinci, en su Tratado de Pintura, afirmó categóricamente que: “!Si el pintor quiere ver cosas hermosas que lo muevan a amar, está en condiciones de crearlas¡… donde la propia atmosfera luminiscente y la tan fría bruma, que atenuaba el calor del Sol, ya aparecieron en los cantos marianos de aquella época, estando relacionados con el tan fructífero periodo histórico del Renacimiento. Finalmente ¿dónde apuntaría ahora él su zigzagueante brújula existencial, a fin de buscar nuevas experiencias pictóricas, en su dinamismo “sui generis”, en su valor artístico intrínseco, suscitando nuevas interpretaciones opuestas, a veces incluso contradictorias, vinculadas a su naturaleza esencialmente ambigua? Fundido a negro.     

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