Irradiaba, exuberantemente, por todo el espacio puro, emparentado, entre la corriente y la roca de la Grande Corniche y Niza, una dichosa y muy fragrante primavera, expandiéndose con  exultante regocijo de muy gozosa luz, en activa regeneración cíclica,  flotando  en el aire de todos los bellos meandros de la ajardinada Liguria,  que guardaba con orgulloso celo en su seno,  la tan  hermosa  Riviera Italiana. Y estaba ella, telúricamente, encajada, entre los abruptos Alpes, Los Apeninos y la azulenca costa del espumeante mar Ligur. Y todas las casas de sus altaneros pueblos, estaban hermosamente adornados de melifluos e iridiscentes colores pastel desvaído, donde todos los jardines ya se encontraban en policroma floración, en la discreta calma de la fuerte tierra, desvelando encendido un perfume tras otro, en  esta evanescente, agradable y florida región de Liguria.

¡Inmanente resurrección de la vida vegetal!  Ornamentada de muchos Vergeles, regados venturosamente. Refinados cálices de flores, tiernamente deshojados.

Ya iba nuestro, incansable y errante viajero, arropado por una chaqueta y pantalones vaqueros (blue jeans), calzando unas cómodas zapatillas rojizas,  teniendo ya todos sus mecanismos moleculares bien controlados por el ritmo circadiano, portando en sus células un reloj interno, sincronizado con las vueltas de veinte y cuatro horas que daba el planeta Tierra, cuyos fenómenos biológicos ocurrían, rítmicamente,  alrededor  de la misma hora del día, gracias a este invisible reloj interior. Iba él, con intenso deseo sensorial, movido por dinámico y blanquecino vehículo,  pasando por tantas curvas de vuelo en el etéreo aire,  a través de espesores de muros de granito, atravesando una  cuantiosa sucesión de largos túneles, de terraplenes inmensos, de fabulosos desmontes, de puentes atrevidísimos, de viaductos ciclópeos, de edificaciones de titanes, todo esto incrustado en el seno de una salvaje naturaleza montañosa.  Se encontraba él, de aquella vez,  en el interior de un indómito autobús, que iba al lado de abruptos abismos,  pasando por los flancos de descomunales rocas, en el corazón de gigantescas montañas, a través de impresionantes y atmosféricos  paisajes,   dadores de tan  preciosas vistas hacia el mar Mediterráneo.  Todo esto acontecía, justo cuando  ya se iba desparramando, poquito  a poco, por la mutante atmósfera azulina ,  en el rejuvenecido fragor de un incesante y  cálido crepúsculo,  mitigando los últimos destellos de mortecina luz, y dando lugar a un tan hermoso atardecer, totalmente  envuelto de una magnificente luz,  recargada de tantos matices naranjas.  Las tan esquivas y pasajeras texturas, de la estrecha alargada franja costera de la Riviera di Poniente, iban demarcando de forma  tan incisiva a toda esta requintada estampa,  cuyos anfiteatros estaban cubierta de viñedos, de olivares, de terrazas  de flores exóticas, contratadas de altivas palmeras, que caían en cascada sobre la Villa Hanbury, decorada de trampantojos, desvaneciéndose  por completo, entre castaños, olivos y cultivos hechos en terrazas  apuntaladas por un complejo sistema de campos y huertos superpuestos, hasta el momento, en que nuestro rutilante astro-rey,  se iba apagándose, completamente, por detrás de la fina y alargada línea, elegantemente, dibujada, por el inalcanzable horizonte, allá en  lontananza . Espacio-noche.

Orgulloso paseo, por la tan bella Riviera Italiana

Orgulloso paseo, por la tan bella Riviera Italiana

Y daba lugar a una nueva aurora. A vista de pájaro, antes de salir del último túnel, se abría de repente el horizonte,  hallándose ya dispuesta como un anfiteatro romano  entre las dos famosas Rivieras,  la magnificente ciudad de Génova, La Superba, es decir, tenía el epíteto de La Orgullosa,  la diáfana ciudad de los Doria, que fue  capital de una Republica enormemente poderosa y rica y tuvo mucho poderío naval, comercial y bancario, donde había hermosísimas casas de recreo pintadas de los más vivos colores, y también  tantos palacios campestres, graciosas quintas, pueblos enteros  compuestos de hermosos jardines y soberbios edificios.  Pasaba él por encima de los tejados del barrio  delle Grazie,   yendo directamente hacia la Explanada de Castelleto, considerado uno de los puntos panorámicos más hermosos de toda la ciudad de Génova,  donde a lo lejos ya se intuía de la existencia del sosegado mar Mediterráneo, de color azul cobalto, inmerso en  mareas de índole tan suave. Empezaba él a vislumbrar, minuciosamente, toda la elegante ciudad de Génova,  que contenía el casco histórico más grande de Europa,  rebosante de tanto encanto, y que ceñida  a su esplendido puerto  natural, era sumamente  protegida  de verdeantes colinas , extendiéndose a lo largo de treinta kilómetros de costa litoral,  que en tiempos pretéritos  fue considerada  “La Señora del Mar”, de la Republica independiente de Génova, entre los siglos XI y XVIII. Durante el apogeo de la citada Republica de Génova, ocurrido  a principios del siglo XVIII, se construyeron entonces a lo largo de la ancha Strade Nuove [Calles Nuevas], unos  magníficos palacios dedicados a funciones de representación. Su intrincado casco antiguo, se desarrollaba en el intricado laberinto de callejones peatonales [caruggi], abriéndose en pequeñas plazas, donde se mezclaban tantos aromas, sabores y culturas diversas.

Para dar cabida a una autentica fruición del espíritu, ya deambulaba él por espacios detenidos en el tiempo, admirando las dos hileras de magníficos palacios, debidos casi todos al célebre arquitecto Galeazzo Alessi, considerado el verdadero restaurador de Génova. Los antiguos palacios de la Via Garibaldi, estaban hermosamente decorados con frescos  manieristas, en el cual,  cuarenta y dos  palacios habían sido nombrados por la UNESCO, como Patrimonio de la Humanidad.  Paseaba él por estrechas callejuelas,  donde de vez en cuando  alzaba  la mirada, para apreciar  los magníficos templetes votivos, donadas por las antiguas asociaciones para alumbrar las calles de Génova, durante  la noche. Indagando un poco, supo él que los “Rolli”, un decreto de 1576, fueron en tiempos de la antigua Republica de Génova,   las listas de los palacios y mansiones señoriales de familias nobles genovesas, que aspiraban a acoger a través de sorteo público,  a todas las personalidades importantes que estaban de paso por la ciudad de Génova, para visitas de Estado.  Sin nunca detenerse, dando énfasis al objetivo de poder conocer muy bien esta gran ciudad, ya paseaba él por la antigua Strada Nueva, ahora denominada Vía Garibaldi, deteniéndose maravillado  ante el suntuoso Palazzo Rosso, que mantenía el carácter de casa-museo,  conservándose aún  todas las refinadas decoraciones históricas y las ricas colecciones artísticas  de la familia Brignole-Sale, donde estaban expuestas obras de relevantes artistas genoveses, como [Strozzi, Grechetto,  De Ferrari] italianos [Veronese, Guercino, Reni, Pisanello, Tintoretto  Orazio Gentileschi] y extranjeros [Durero,  Rigaud y Van Dyck, renombrado con dos magníficos retratos]. Yendo él por el mismo recorrido museístico,  se encontraba  ahora delante del Palazzo Bianco , cuya verdadera esencia representaba la principal pinacoteca de Liguria, conservando en su seno mayestáticas obras pictóricas de notables  artistas flamencos  como [Memling,David,Rubens,Van Dyck, Zurbarán, Ribera, Murillo ], italianos, [Pontormo, Lippi, Caravaggio,Procaccini] y genoveses [Cambiaso,Strozzi, Fiasella, Piola, Magnasco], cuyo recorrido expositivo  quedaba concluido  con la Maddalena Penitente de Canova.  Terminando  finalmente en el Pallazzo Tursi, uno de los mayores y más hermosos palacios de Génova, por su bella fachada renacentista, habiendo sido  el  antiguo Pallazzo Grimaldi , que  perteneció posteriormente a los Doria, Los Duques de Tursi,  siendo considerada una de las residencias privadas más grandiosas,  que comunicaba con el  Pallazzo Bianco, a través de un hermoso jardín,  y contenía en su seno,  una valiosa colección de monedas, pesos y medidas oficiales, de la antigua República de Génova y también el famoso violín  Guarneri del Gesú, que perteneció al  genial músico Niccoló Paganini.

Sigue leyendo a José Manuel da Rocha

 

 

No Hay Más Artículos