Partiendo por partir, peregrinando por el discreto Camino de Santiago Portugués

Partiendo por partir, peregrinando por el discreto Camino de Santiago Portugués

Día 1. Iba llegando [paulatinamente], la diáfana aurora, tras el dilacerante reinado de tan negruzcas tinieblas, bajo una cerrada y oscurecida noche, húmedamente, arropada, por un impenetrable y hermético silencio.  Ya bullía, poquito a poco, el luminoso fragor de tan flamante y estival amanecer, con las matutinas, luminiscentes y galopantes ráfagas de luz, palpitándose, lentamente, justo en la transición del mes de septiembre al mes de octubre.  Transcurrían, resplandecientemente, a través de un rutilante barrido panorámico, por  brillantes y sinuosos atajos,  del incomparable, lujoso y grandilocuente marco orográfico, conformado, por la tan bien fortificada y portuguesa Valença do Minho, ubicada a orillas del curso lento del río Miño, que actuaba como punto de entrada del Camino de Santiago Portugués, hacia  Galicia, por la ciudad gallega de Tui, a través del puente internacional hecho en hierro, diseñado por Gustave Eiffel, en el año 1884. El Camino Portugués de Santiago, fue desde el siglo XII, el camino jacobeo más transitado tras el camino francés, siguiendo en parte por una antigua ruta imperial romana perteneciente al itinerario de Antonino, donde los caminos de peregrinación se dispersaban para volver a reunirse en la población gallega de Redondela.  El susodicho Camino de Santiago Portugués, fue inmortalizado por tan ilustres viajeros como el Barón de Rosmithal, Erich Lassota o Cosme de Medicis, siendo enaltecido también por la peregrinación jacobea que siguieron ciertos monarcas portugueses, como el rey Sancho II, en 1244, la de la reina y devota Santa Isabel, canonizada en 1625, que peregrinó en 1326 y 1335, así como el rey Don Manuel I, el Venturoso, que partió para Compostela, en el año 1502. Habiendo traspasado nuestro principal peregrino  el Flumen Obliviones , el río del Olvido, el Leteo, que hacía perder para siempre la memoria de la Patria y la Familia a quien osara cruzarlo, siendo el río que los peregrinos de hoy lo podrían contemplar reflejado en  el  río Lima, ya salía él demasiado temprano, de un albergue minhoto, ubicado cerca del hermoso Palacio de Breijoeira, considerado como uno de los más hermosos palacios de esta región portuguesa del Minho, yendo él arropado por una protectora gabardina verde oliva, un sombrero negro, llevando también a cuestas una azulenca y muy resistente mochila, sujeta con su concha de vieira, calzando unas buenas botas de caña alta  con cámara de aire  y suelas perfiladas.  Deambulaba él, tan decididamente por las típicas vías portuguesas, contrastadas con tan bellas aceras empedradas, formando tan hermosos mosaicos blancos y negros. E iba él, sensorialmente, tan ataviado de un refinado espíritu reflexivo, viviendo una corta metáfora de su existencia, buscando en su turbulento pasado, las claves de su complejo presente, adentrándose para eso en los más profundo de su Ser, de la lealtad a las esencias de su verdadero Ser, así como del deber, la responsabilidad y la devoción a su más genuino sistema de Valores Morales. Para él la biología era, sin lugar a duda, un componente sine qua non del “Yo Real” pues ser uno mismo, ser natural y espontáneo, ser auténtico, expresar la propia identidad, eran enunciados biológicos, puesto que implicaban la aceptación de la propia naturaleza constitucional, temperamental, anatómica, neurológica, hormonal, motivacional-instintoide. Subjetivamente, el reflejo de la vívida imagen de nuestro empedernido peregrino se iba reflejando de forma tan dinámica, en el azulenco espejo acuoso del río Minho/Miño, cuando iba él directamente hacia la ciudad de Tui, en cuya verdeante atmosfera se escuchaba el dichoso trino de multitud de pájaros, para enseguida contemplar la catedral-fortaleza románica de Santa María, construida hacia el año 1120, siendo consagrada en 1225 por el obispo Esteban Egea. Su maravilloso pórtico constaba de ocho arquivoltas, cuajada de unas altivas columnas profusamente ornamentadas, habiendo un tímpano que reproducía la bíblica escena de la adoración de los pastores y los Reyes Magos. Tras esta contemplativa visita, ya caminaba él por el solitario camino que le haría llegar a la angosta ría de Vigo, a través de la costa litoral, yendo primeramente en dirección hacia el Castro de Santa Tegra, situado al pie del monte homónimo, en la desembocadura del río Miño, sirviendo de frontera natural con Portugal, que había sido habitado durante más de un milenio hasta el siglo III d.C. Sus restos respondían a las mismas características que los demás pueblos de la cultura galaica-romana, donde hubo viviendas construidas con basamento de piedra, de planta circular u oval. Contemplaba él tan enternecido desde este esplendido mirador, el delicioso y azulenco estuario del río Miño que desde la llegada de los romanos a Gallaecia, había subyugado a los viajeros de todas las épocas.

 

Día 2.Continuando su jacobea peregrinación, ya iba él por el extremo sudoeste de Galicia hacia el norte, llegando a la península de Morrazo, más concretamente a Donón, desde cuyos alrededores en el cabo de Home,  ya se podían apreciar las mayestáticas y  bellas panorámicas de las cercanas islas Cíes, siendo la puerta de entrada de la ciudad de Vigo, la romanizada Vicus,” la aldea”, reflejado históricamente  en el castro de Vigo, que fue poblado por celtas, y que incluía la reconstrucción de tres edificaciones castreñas de uno de los poblados más extensos y evolucionados de Galicia, habitado entre el siglo II a.C. y el III d.C. La ciudad de Vigo era, sobre todo, el mar, como su principal marca de identidad, cuya historia estuvo marcada por griegos, fenicios, romanos, normandos y otros pueblos como los vikingos. Como  diminuta población, durante la Edad Media, su mayor monumento en aquella época pretérita, había sido  el manuscrito de pergamino de las Cantigas de Amigo del trovador medieval Martín Códax,  siendo unas cantigas donde mejor se fundían el Amor, la belleza y la Natura, un escenario paradisiaco para soñar reencuentros  y que se traducía en un tipo de composición lírica, que tenía su origen en la poesía tradicional, formando parte de la poesía galaico-portuguesa “ Ondas do mar de Vigo,/se viste meu amigo/e hai Deus se verrá cedo? No obstante, su rasgo más característico era el mecanismo estilístico del paralelismo y del leixaprén, justo cuando de forma tan misteriosa, estaba él envuelto en una   tan dulce “aura de santo”, pues la vida espiritual era parte de la esencia humana, característica definitoria de la naturaleza humana, sin la cual esta no era plenamente humana… tanteando dentro de sí-mismo, algunas fisuras que no le dejaban todavía vivir en plena paz. Día 2.  La tan preciosa Ría de Vigo, se mostraba en todo su verdadero esplendor azulenco… era como si ya estuviera, maravillosamente [retro]iluminada, dando paso, en un ápice, a tan hermosas e insólitas estampas paisajísticas, que iban produciendo una gran multitud de composiciones paisajísticas, atiborradas de un peculiar y mágico embrujo, hasta llegar por fin al lejano infinito, en “hechizantes” tonos azulencos, tan puros o nebulosos, habiendo ciertos claroscuros contrapuestos. Aunque el parte meteorológico de aquel día,  anunciara una inclemencia del tiempo, pues había una formación de nubes cúmuluninbus sobre toda Galicia,  generada por la potente convección del húmedo e inestable aire atmosférico atlántico,  impregnando de luz y  penumbra, a la tan garbosa “imagen latente”, de  los bellísimos fotogramas paisajísticos, que de forma tan  amena, iban despuntando en atrayente “mise-en-scéne”, atiborradas,  telúricamente, de cumbres tan poco agrestes, y plagadas  de frondosos bosques, coloreados de un intenso verdor, con las mansas colinas litorales peninsulares colmadas de fantásticas tonalidades verdeantes, y que ahora mismo se encontraban [totalmente] aisladas, debido a la inundación de toda la sublime ría de Vigo. Todavía dormía en el seno de la ría de Vigo, un mito comparable a El Dorado, porque se suponía que, en el fondo de las aguas de esta ría, todavía dormía un tesoro, cuyo valor es estimado en mil millones de euros en forma de piezas de oro y plata, procedente de las minas de las colonias que el imperio español detuvo en América. Susodicho mito creó tantas aventuras literarias, siendo la obra de Julio Vierne, titulada “Veinte mil leguas submarinas” la más conocida.

“El Camino Portugués de Santiago, fue desde el siglo XII, el camino jacobeo más transitado tras el camino francés, siguiendo en parte por una antigua ruta imperial romana perteneciente al itinerario de Antonino…”

Partiendo por partir, peregrinando por el discreto Camino de Santiago Portugués

Partiendo por partir, peregrinando por el discreto Camino de Santiago Portugués

De forma tan sutil y enigmática, todo el edénico Archipiélago de las Islas Cíes, que en la antigüedad fueron también denominadas, Siccae [islas áridas] por Plinio el Viejo, donde la aparición de algunos restos de útiles tallados hizo pensar que el propio hombre las habría visitado desde tiempos muy remotos, alrededor del 3500 a.C. En los momentos finales de la Edad del Bronce, surgió un nuevo tipo de poblamiento, que, con su propio desarrollo, dio lugar a los castros, poblados situados en las zonas altas de algunos montes, donde habían encontrado ciertos utensilios de piedra pulimentada y una cerámica tosca de gruesas paredes. Estuvieron las Islas Cíes, incluidas dentro de las Islas Casitérides, pues [mitológicamente] representaron un impreciso archipiélago de la costa occidental europea, que los fenicios solían visitar con demasiada frecuencia, en busca del tan preciado estaño. En la isla del Sur, según cuentan los historiadores, desembarcó, Julio César, para combatir a los tan insumisos Herminios, que habían buscado refugio en las islas Cíes, huyendo de las legiones romanas. Las paradisiacas Islas Cíes, como destacado paisaje silente y primitivo, estaba convertida en santuario marino, cuando ya se encontraban fotográficamente, envueltas en una inmaculada y algodonal niebla matutina, que le conferían un indescifrable halo cargado de tantísimo misterio…  era como si fuera un mágico territorio poblado de tan esbeltas “ninfas”, que poseían un pasado teñido de muchísimos secretos, haciendo descollar el fatal “embruxamento”, que los antiguos celtas les habían dejado como imborrable herencia. En las Islas Cíes, por antonomasia, las apodadas por Ptolomeo, como “Islas de los Dioses”, había una intrigante atmósfera, y en cuyo aislamiento pululaba una riquísima cultura, narrada en un gran manantial de las historias fantásticamente creadas, en este insular [micro]mundo, cuyo mar oceánico era un fondo escénico de aguas tan cristalinas de color turquesa y unas blanquísimas arenas. Definiendo a la playa de As Rodas, como una bellísima playa de fino arenal blanquecino y de tranquilas aguas de color turquesa, cuyo periódico inglés, the Vanguard, en 2007, la había considerado como siendo la playa más bella del mundo. Y alzado allá arriba, sobre un pequeño acantilado, que se descollaba de forma ciclópea sobre una abrupta pared, casi, casi vertical, y ante un embravecido océano Atlántico, pululaba por allá una colonia de cormoranes moñudos, como siendo la mayor de España, coexistiendo también con una enorme colonia de gaviotas patiamarillas, considerada la mayor del mundo. En lontananza, se veía el sobrio Faro de las Cíes, trasmutado, en rutilante linterna mágica, ubicado a 197 metros de altitud, “fluctuando” y no dejando nunca de “fluctuar”, a tan altanera vista de pájaro… “era como si fuera una metafórica iridiscencia, sobre tan blanquecinos mantos de niebla, que ya iban cubriendo en ese preciso momento, a todo este prominente panorama, desafiando majestuosamente a las intrigantes e invisibles fuerzas de la gravedad.

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