Atrio: una aproximación inexacta a lo fantástico

 

 

El rigor nos impone no llamar Libro

a cualquier volumen impreso

Ludovico Silva (1991:9)

 

 

De qué hablo cuando hablo de Murakami

De qué hablo cuando hablo de Murakami

Julio Cortázar nos hace parecer que la literatura sea un asunto fácil, sin embargo es su modo de asimilar lo que deviene en reflexión: la duda sobre lo real, la duda de la conciencia y, en consecuencia, reducirnos a un estado del inconsciente donde residen las leyes de la creación y la motivación literaria. De allí que lo fantástico (Bravo, 1993: 39-40) sea la mayor atracción para sus lectores. En Haruki Murakami hay mucho de esto también. El rigor entonces es una relación con el otro (con el que escribe) para ascender a un nivel mayor de interpretación. En mi caso, un ensayo abierto sin pretensiones de erudición. El desasosiego es vertido en este libro con cierto tono de liberación académica, pero también con la aventura de arriesgarme con algunos conceptos, definiciones e interpretaciones de aquel discurso. Vida y literatura en su composición lúdica del divertimento. Y a partir de allí entender las condiciones que rodean a la narración: su comparación con otros autores y estilos nos permite saber en qué lugar de la lectura estamos.Conocer pues tales formalidades no tienen por qué ser aburrido para el lector. Aquí lo académico es una variante de la «tertulia», acaso lo pretendo en la fluidez del ensayo «abierto», el cual, por ejemplo, me ha permitido reconocer que el discurso (¿cortazareano?) viene determinado por una ética socrática, es decir, su visión política del mundo no se separa del pensamiento. La política en el sentido amplio de la palabra. De aquí el goce que nos produce, a pesar de la distracción política. Sin embargo, Cortázar es para nosotros una referencia de ese divertimento. Y mucho de eso hay en Murakami. Hay todavía algo abstracto por pertenecer a las emociones, que nos conecta por igual con estos autores hacia una relación simbólica.

La idea es la estructura del símbolo en cuanto a la imagen y el desasosiego liberado. Siendo así, me

interesa cómo lo literario se piensa. Se hace cuerpo que adquiere aliento en el lector puesto que viene de

la vida. Lo artístico es vida.

 

 

Lo literario en Julio Cortázar se transfiere, como quiero decir, en cuerpo que adquiere vigor en el lector, puesto que viene de la vida. Lo artístico es vida. Como el caso de su relato Solintiname, del cual deducimos la siguiente reflexión: sabemos que ha pasado tiempo de lo que significó Nicaragua. De estos derroteros políticos y de sus distopías o de la saturación política de la izquierda en el campo de lo literario. Hoy no diríamos las cosas con aquel entusiasmo de los setenta. Sin embargo, en él hay algo de «alma» en ese discurso, sinceridad consigo y, lo más importante, de ingenuidad en la postura. Más adelante podríamos pensar en una estética de la recepción o del «gusto» literario de una época. Lo hacemos además por el divertimento. Aun así, en Cortázar nos entusiasma su unidad con lo irreal y simbólico y cómo se extiende la noción del sujeto-hombre-narrador mediante la escritura. Tal fascinación nos vincula a nuestros escritores sobre una moral que se erige en la voluntad del lector por estrechar la representación de la escritura que, como sabemos, es la lectura. Y en el mundo del lector todo «cabe». Las editoriales lo saben y juegan a partir aquella intención por el «gusto» literario. ¿Quiere decir que Cortázar escribe buscando el giro del habla? De acuerdo con las malas lenguas quien mejor lo hace reúne lo ligero del habla y lo sofisticado de la escritura. Rincones diferentes pero que abrigan al hecho literario.

 

Así que leo a Cortázar con el placer por lo fantástico, lo extraño y lo simbólico, con cuyo proceder nos

representamos en la lectura cuando desarrollamos las ideas alrededor de lo narrado como dimensión de lo

real sobre esa sintaxis. Tendremos en Cortázar lo mejor del género: hacerme de la trayectoria del escritor

en tanto sea el mecanismo para asirle con pasión. Sé que es limitada esta manera de explicar su éxito, pero me une al tono de su escritura como naturaleza de su talento para regodearnos de lo poético y la sensualidad que nos produce la lectura: entre, ser escritor y no, se muestra la diferencia y su ansiedad por estar comprometido con el hombre. El lector es un receptor de ideas y con ellas se compromete. Es cuando lo ficcional estará en conexión con tal compromiso. Léase, por lo demás, ese compromiso en Casa tomada (Cortázar, 1986: 11-26), un relato que nos permite varias lecturas que van desde la alteridad del relato hasta la noción de lo político, el encerramiento y la represión. La necesidad de liberarse de estas ataduras será la lectura del relato que se extiende por encima de cualquier sentido. Va más allá de la categorización ideológica porque después de todo se trata del lenguaje y de aquella sintaxis.

Del libro De qué hablo cuando hablo de Murakami (fragmento).

Ediciones Estival. 2016

 

 

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