En 1867 Alfred Nobel, en Estocolmo, consiguió fabricar la Dinamita mezclando la Nitroglicerina con otros materiales.

Gran parte del mérito le corresponde al italiano químico Ascanio Sobrero quien en 1847 descubrió la nitroglicerina mientras trabajaba mezclando ácido sulfúrico, nítrico y glicerina que explotó dañándole la cara. Alfred Nobel perfeccionó los explosivos y los patentó como Dinamita, haciéndose de una enorme fortuna.

No obstante Sobrero siguió experimentando con la nitroglicerina encontrando que tenía efectos farmacológicos, funcionando como vasodilatador y hoy se aplica en tratamientos para problemas cardiovasculares.

Todo cambió cuando la fábrica familiar explotó y mató varias personas entre ellas a Emil, el hermano del nobel.

EL 12 de abril de 1888 cuando Alfred Nobel abrió las páginas del diario Le Fígaro y unos sudores fríos le recorrieron el cuerpo. “El mercader de la muerte ha fallecido”, titulaba el periódico francés en una desafortunada equivocación. En efecto, se trataba de un error, pues era cierto que uno de los Nobel había muerto, pero no era Alfred sino Ludwig, su hermano. ¿Cómo le recordarían los libros de historia?

 

Su gran invento, la dinamita, había sido concebida como un avance que facilitaría la construcción de ferrocarriles, la minería y la demolición, pero su uso se extendió rápidamente entre la industria bélica por su incuestionable poder destructivo. A todo ello había que sumarle las víctimas que sucumbieron ante la dinamita por accidentes, derrumbes o falta de formación para utilizar un producto tan peligroso.

El químico sueco había hecho una fortuna con su invento, que se sumó a la riqueza que obtuvo con sus fábricas de municiones. La vida, caprichosa como ninguna, le había puesto frente al espejo la misma mañana del entierro de su hermano para asestarle un golpe de realidad. Nobel iba a pasar a la historia como el creador de uno de los inventos más mortíferos desarrollados hasta ese momento, algo que no se podía permitir en sus adentros.

Moriría en San Remo tan sólo ocho años después de leer aquel titular. Pero durante ese tiempo se encargó de trazar un plan que devolviese parte del sufrimiento que había causado con su invento y decidió que la mayor parte de su fortuna se destinaría a premiar a aquellos cuya labor beneficiara al conjunto de la humanidad. De este modo nacieron los Premios Nobel en 1901, uno de los reconocimientos más prestigiosos del planeta que cada año se entregan en Oslo y Estocolmo a personas cuyo trabajo y dedicación a la sociedad trasciende fronteras.

 Sin duda, avances decisivos para construir un futuro basado en el progreso científico y el beneficio de la humanidad. De este modo, Alfred Nobel dejó de ser considerado el “Mercader de la muerte” y pudo reescribir los libros de historia para destacar en la memoria colectiva por su papel como benefactor de la humanidad.

 

 

 

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