Como cosas graciosas e insólitas que suceden a diario, me he encontrado con una crónica aparecida en un diario en 2015.

El alcalde de una población italiana aprovechó las fiestas patronales para ordenar a sus gobernados que no se mueran. La alcaldada consagra la inmortalidad por decreto.
Davide Zicchinella, alcalde de Sellia, al sur de Calabria, pasó por alto la recomendación de Borges: la gente debería tener la sana costumbre de morir. Tampoco le llamo la atención el clamor de santa Teresa: “Ven, muerte, tan escondida”.
Diríase que simpatiza más bien con un grafiti leído al azar en una pared, la rotativa de los que no tienen periódico: ‘El suicidio puede ser peligroso para la salud’. Preocupado porque el asunto de la muerte es para toda la vida, el alcalde emitió una ordenanza para frenar la despoblación, según el despacho que circuló por internet.
Estamos esperando a ver si los súbditos de Don Davide le paran bolas o si reconocen que no nacimos para obedecer. En caso de que estén en desacuerdo con su mandatario, siguiendo el manual, vestirán el traje de luces de la eternidad y los que pasan al barrio de los acostados.

QUEDA PROHIBIDO MORIRSE    

QUEDA PROHIBIDO MORIRSE

El señor alcalde ignora que solo hay dos momentos en que somos inmortales: la niñez y la ‘jodentud’, épocas en las que la parca no nos quita el sueño. Y lo que no nos desvela no existe. El sueño mismo es una muerte cotidiana que incluye reencarnación inmediata.
Ahora se habla tanto de la muerte que nadie se la quiere perder. Incluidos, sospecho, los habitantes de Sellia, la mayoría de los cuales pasa de los 65 almanaques.
En Medellín, el expresidente Pepe Mujica, del Uruguay, provocó la histeria de un cantante de rock con charlas en las que invitaba a alegrarse de tener algo que no hay que comprar por kilos en el supermercado: la vida.
No son las razones de Don Pepe las esgrimidas por Don Davide para prohibir que la gente se muera. Seguramente, no se quiere quedar sin a quién mandar.
La ordenanza-alcaldada pone en peligro la industria sin chimeneas de la cremación. De ampliarse la prohibición temblarían los empresarios de pompas fúnebres y la contabilidad de los periódicos que tienen en el rubro de obituarios una fuente de ingresos que hace sonreír la registradora. Si se cumpliera el mandato de Zicchinella, el mundo se convertiría en un cementerio de vivos. Ya hay suficientes.

No demoraran las subsiguientes prohibiciones: prohibido morirse de la risa, de la pena, de la piedra, del hambre, de viejo, del frio, del calor, de tristeza, de alegría.

Así las cosas solo es seguro que tenemos que morirnos de todas maneras.

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