Una de las emociones más intensas que con regularidad opaca a otras en las festividades decembrinas, sobre todo, cuando está por irse definitivamente el año agonizante, es la de prometer y prometerse cumplir una serie de propósitos para  llevarlos a cabo en el año por llegar. Eso y las oraciones al Altísimo para que se dé todo lo que se quiera pedir en un momento de epifanía y mirada perdida hacia las estrellas más lejanas en la inmensidad del universo, cubren todo estado de ánimo que se presenta en los minutos finales del año que se va. Las ilusiones renovadas o reforzadas por el ambiente alegre (Con excepción de aquellos que están viviendo un momento de tristeza ante una situación de pesar reciente, mis respetos a ellos), afloran y se renuevan envueltas en un clima frío, si es en el hemisferio norte y algo de ello en la zona intertropical, porque también se hace sentir una variación en el ambiente cálido, para pasar a otro de temperatura más fresca. La ilusión en cada uno sobre lo que se ha prometido se va  arraigando con firmeza al paso de los días a estrenar, superando las primeras dificultades, ya que sabemos que la euforia por la entrada de un nuevo año, en la mayoría de los casos, se disipa como el humo remanente de los fuegos artificiales que se elevan, llevándose quizá todo lo que nos proponemos cumplir en esos momentos culminantes del último mes del año.

¿Y qué es lo que nos proponemos, generalmente? Pareciera que vemos y sentimos que hay una nueva oportunidad que nos da el destino o nos damos nosotros mismos, ¿O mitad y mitad? Por alcanzar lo que nos habíamos propuesto al inicio de año moribundo y, por una u otra razón, no se pudo lograr. Es un ritual perenne, la verdad. Como quiera verse, esos propósitos pospuestos o incumplidos, aunados a los nuevos en esta reciclada ceremonia, son lanzados al medio, eufórico de voces, pitos y matracas, como dice la canción y se alistan a partir para empezar  a andar el sendero de las ilusiones que reestrenan y reinventan recursos para entusiasmar la voluntad de quien lleva este ritual de buenos deseos y augurios, sostenidos en la fe por cumplir el propósito ideal de alcanzar mayores logros que nos ayuden a ser mejores individuos y mejores ciudadanos, dentro de nuestra  comunidad. Pero, ¿es ese el propósito real?

Es aquí donde deben entrar en juego la buena voluntad y el deseo de superarse como persona, ya no ante un mundo por demás materialista, donde los valores de comportamiento humano se diluyen día a día y la falta de oportunidades erosionan el estado de ánimo, sino en la realidad que golpea con saña el rostro apenas anhelante de quien todavía aspira alcanzar sus metas trazadas durante las primeras de cambio en lo que vaya del año iniciado.

Esto es algo nuevo, de esta época y de este momento, sobre todo, en aquellos países del tercer mundo. Lo que se muestra ahora y lo que se pide con devoción a lo Sublime, a lo Divino en mayor proporción en la actualidad, no es la consecución de bienes materiales (Algo natural de aspirar), no es superarse en el lugar de trabajo para ascender en la escala salarial, acorde a su fuerza de productividad, sino a mantener estable aquello que contribuya a lidiar con ese nivel de dificultad, para lograr que el poder adquisitivo de su trabajo remunerado cubra los gastos de manutención diaria del cuadro familiar que depende de esa entrada.  Y eso abarca a aquellos países de la región con menor balance negativo en lo económico y cuyos habitantes no se ven acosados por la tentación de emigrar, algo que sí se sostiene con fuerza en la mente de todo aquel  que vive en un país con graves dificultades en todo los órdenes y  ve desmoronarse esos deseos  a  inicios de año, cada vez con mayor frecuencia y en mayor proporción.

 

 

Entonces, ¿A dónde se van esas ilusiones de superación de los jóvenes, por ejemplo, que luego de cubrir sus gastos más elementales, aspiran también a tener una casa, piso, apartamento o como se llame el lugar de vivienda cuando intentan iniciar una vida ya sea en pareja o solos, comenzando por establecer un hogar? La respuesta depende de muchos factores, incluso de la magnitud de alcance místico o religioso que se haya fijado en la conciencia reguladora de la conducta y en la actitud que envuelva a todo ser humano y que rige su actuación en la sociedad. Sin embargo, no debemos dejar de sentir ni de vivir la necesidad de fijar metas ante la llegada de un nuevo año, porque la estrella que guía nuestros pasos en el sendero trazado, puede sonreírnos en ese instante y decir sí al objetivo propuesto. Y si no es así, pues, siempre valdrá la pena intentarlo. Creo en eso.

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