Dentro de los conocimientos que día a día el hombre va sumando acerca del funcionamiento del cerebro, al parecer, se ha logrado establecer cuál es el área donde se asienta la imaginación. Si pensamos, claro, en una zona determinada, por la que se delimita entre puntos precisos, según sea donde se localice esa área cerebral.

Se ha considerado por los estudiosos de la ciencia neurológica que es

El lóbulo frontal del cerebro el encargado de ser el centro de esa capacidad creativa

que da origen a nuevas e infinitas formas con las que conjugamos de manera constante e inagotable, aunque también se sostiene por otros investigadores que es toda una red compleja neuronal interconectada la encargada de procesar los mundos imaginativos que brotan imparables en nuestra capacidad creativa.

Esto nos deja un poco perplejos a los aficionados al proceso investigativo de la ciencia, es decir, con los ojos claros y sin vista. Algo así como ocurre con nuestra orientación por los puntos cardinales de nuestro planeta, que cuando fijamos una perspectiva desde el espacio, nos perdemos; ora lo vemos arriba, ora lo vemos abajo y se nos desaparece el norte y el sur, y se nos pierde el este y el oeste. Todo, de acuerdo a la posición en que se encuentre el observador en ese instante planetario. Mejor así, porque nos deja bastante libertad para ejercitarla en esas circunvalaciones espaciales. La imaginación, digo. Aclarado el punto, podemos encaminarnos a encontrar cuál es su trabajo, que, para eso, no se necesita saber dónde está ubicada en el laberinto cerebral. Y concordamos en que

La imaginación es la rectora de nuestras acciones diarias

(Con el perdón de la conciencia), en el contexto social, porque a pesar de tratar de permanecer con pie de plomo, sin dejarnos llevar, aunque ganas no nos faltan, no es menos cierto que, sin ella, seríamos un ser carente de emociones, ya que los estados de ánimos que nos rigen diariamente se sustentan en el uso controlado que le demos cada vez que salimos a enfrentarnos con el mundo.

Alguien diría que ante tanta dificultad cotidiana que nos choca de frente con la realidad, se hace necesario dejarla de lado, pero ¿Y cómo andaríamos, entonces? Bueno, ciertamente, no como los zombis desesperados de Guerra Mundial Z. Más bien, como los zombis parsimoniosos de The Walking Dead. Pensemos, por un momento, que vamos atravesando la ciudad en nuestro accionar diario y nos encontramos con un panorama de edificaciones, una que otra precaria zona verde y una circulación constante de vehículos y personas que van y vienen.

Si no le damos trabajo a la imaginación para que idee lo que se le ocurra y visualice algún destino mejor que ese espectáculo monótono que se nos presenta, sería la mar de aburrido el traslado, porque no alcanzamos a extrapolar que aquello que vemos pudiera ser otra cosa, como no sea lo que es, sin más ni más. En el caso del área donde vivimos, no utilizar la imaginación para admirar la periferia paisajista que nos rodea y la variedad de matices de colores en toda su extensión, cuando las condiciones climáticas lo permitan, dando rienda suelta por un momento para suponer lo que quisiéramos que fuera, nos restringe a una pobreza de pensamiento y escaso uso de la inteligencia, que no nos refuerza o reconforta en nada la realidad que nos espera al final del camino.

Soltar la imaginación viene siendo un ejercicio tan importante como estimular cualquier función básica de nuestro organismo,

para cumplir la actividad constante que nos sostiene la vida y lograr ser más que un ente orgánico que está vivo porque respira.

La imaginación debe estar con nosotros en cada etapa de nuestra existencia, pero con mayor arraigo en nuestra niñez, porque el mundo rico en imágenes y en simbolismo en el niño, nace de aquello que se imagina y eso se nutre con la capacidad de razonar y de darle una explicación deslumbrante, pero coherente a todo lo que se nos presenta. Sin embargo, hay aquí una diferencia clara con la fantasía, porque no son sinónimos, ni quiere decir lo mismo entre ser imaginativo y ser fantasioso.

Fantasear es dejarse atrapar por sueños desordenados en los saltos bruscos que nos provoca, rozando con comportamientos inquietos que van a desembocar en vivencias perturbadoras.

Confundir la realidad con la fantasía es establecer un mundo falso que, si no lo controlamos, determinando cuándo debe concluir, nos puede arropar, falseando la realidad de manera prolongada. La imaginación es un sueño de vivencias armoniosas, un navegar por aguas tranquilas, porque su permanencia en nuestros sentidos, se disipa como pompas de jabón, apenas debamos enfrentarnos con el hecho real que nos ocupa.

Se puede vivir en un mundo imaginativo, porque la percepción de nuestros sentidos no se altera ni se pierde; pero vivir en un mundo fantasioso es ignorar la realidad, aún cuando sigamos dentro de ella, cada día.

En el avance tecnológico internacional, las grandes plataformas de entretenimiento han puesto en el tapete la presentación de sagas fantasiosas y los niños, en gran medida, al adentrarse en el mundo que ven, buscan imitar lo que hace aquel personaje que más le llama la atención. Esto hay que verlo con cuidado, porque la imitación de lo fantasioso puede acarrear consecuencias erráticas en el comportamiento.  Por el contrario, la lectura de un libro, por ejemplo, acorde a la edad y condición promete construir un mundo único y particular en la imaginación de cada niño y llevarlo donde sea, porque la imaginación es infinita si va bien orientada y desarrolla actitudes de comportamiento armonioso, necesarias para una personalidad estable en su futuro como ciudadano.

Sostenemos, entonces, que nunca debemos dejar de imaginarnos momentos estelares que nos acompañan en cada edad por la que crucemos, porque aun en el tiempo de vivencia de adulto mayor, ser imaginativo es ser creativo y la creatividad no desaparece, ni con arrugas  recién llegadas, ni con el inevitable andar lento y cuerpo encorvado.

 

 

 

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