Cuando se inicia el mes de actividades escolares según el Sistema Académico vigente en el país, aún no sabemos si las clases presenciales se reanudarán cuando llegue la fecha del primer día en las aulas y a todos los niveles del sistema educativo. Pero, al margen de saberlo, dentro de tanta incertidumbre que nos rodea, una preocupación se agrega a las expectativas que todo docente trae “In pectore”, aunque a priori, pudiera parecer menos relevante, como lo es, sin duda, el preguntarnos, cuánto habrán cambiado nuestros estudiantes en estos casi dos años que han ido transcurriendo desde que se suspendieron las actividades docentes, cuando la pandemia, palabra que estaba en desuso y seguramente nunca se habían tropezado, salvo en alguna lectura de épocas pretéritas, se apoderó de todos como tema de conversación a distancia y por las redes sociales, con el temor saltando entre las teclas del celular o del ordenador, y todavía no nos ha soltado, adhiriéndose poderoso, como la planta parásita que envuelve la flora noble cuando lucha por sacudirse esa mala hierba.

¿Cuánto habrán cambiado?, nos repetimos la pregunta, aquellas caritas que comenzaron a ser encaminadas por los docentes a través de la senda del saber y se vieron envueltas en un cambio violento y raro, al tener que prenderse de la computadora para seguir las instrucciones que, a la distancia y sin vernos, comenzábamos a darles a la carrera, para cumplir actividades docentes de contenido específico en el desarrollo del proceso enseñanza-aprendizaje. Una cosa se perdió en ese lapso de tiempo transcurrido, lo digo con certeza, el acercamiento estrecho entre educador y educando. El abrazo fraterno, casi paternal que espontáneamente nos rodeaba lleno de expresiones y de ecos de sorpresa por aquellos bracitos extendidos en algunos de los pasillos durante las horas del recreo, va a ser difícil recuperarlo. El miedo impera todavía en las recomendaciones que sus padres y representantes, con toda lógica y razón, les darán, cuando las autoridades educativas señalen la vuelta al colegio. Cómo responder a eso, si en nosotros mismos se mantiene danzante, como espirales de humo, la incertidumbre de volver o no a pisar un salón de clases y, lo que es más importante, cómo desarrollar la reacción y la actitud que debemos mostrar ante ese cambio de unos jovencitos que, cuando nos dejaron en el retorno a sus hogares, dos años atrás, no habían terminado de desprenderse totalmente de ese cascarón infantil que estábamos ayudando a romper.

Ahora llegarán a nosotros con una marcada evolución en su fisonomía, mostrando una renovada conducta, porque, envueltos en una formación de emergencia básicamente hogareña, y no estoy diciendo que haya sido negativa, por el contrario, complementaria y sustitutiva hasta en la preparación pedagógica y académica, exhalarán cierto aire de dudas en cuanto a abrirse de nuevo ante sus antiguos compañeros y docentes guiadores del camino adecuado y seguro en el porvenir que se les presentaba hasta ese momento con un horizonte despejado y limpio. El trabajo va a ser duro para todos. Pero, ¿sacamos algo positivo de toda esta situación obligada, per se? Oh, sí, diríamos de entrada que los niños y aun los adolescentes en su camino de los cursos de bachillerato, se vieron en la necesidad de aprender a buscar la información bibliográfica sugerida o recomendada en el internet o en los textos considerados, aunque esta alternativa se ha visto arrumbada por las informaciones más actualizadas que las diferentes plataformas presentan con solo poner en funcionamiento el ordenador. Claro, siempre y cuando, como en el caso nuestro, el servicio de internet se haya mantenido eficiente en su señal de manera continua.

Harto difícil. La capacidad de interpretación se ha visto obligada a andar sola en estas circunstancias, pues, el análisis ante los hechos investigados ha tenido que hacerse sin la intervención oportuna de cada docente en el aula de actividades. Eso, pudiera pensarse, más bien daría un margen de seguridad en lo que se está haciendo. Hay algo de razón en ello, pero siempre quedará la duda latente y puede que la ansiedad surja como un factor externo que marcará su presencia, hasta que el docente corrobore o corrija el trabajo en cuestión. El intercambio de expresiones y el asentamiento hecho por el maestro ante la aceptación del tema expuesto, visible desde toda perspectiva por el alumno, no tiene precio, como dice la promoción de la tarjeta publicitada.

Habrá otros hechos surgidos en este alejamiento obligado de las aulas de clases y tal vez resulten positivos para complementar el proceso educativo, pero la emoción de reencontrarse dentro del ambiente que flota en las edificaciones del colegio renacerá con nuevos bríos, porque lo que se pierde de manera abrupta y por condiciones obligadas y más si en ello se pone en riesgo la seguridad integral de niños, jóvenes y adultos, cuando se recupera o vaya en vías de hacerse, se nos muestra más intensa, más profunda y más deseada y eso conduce a vivirlo de manera total y con el cuidado extremo y con una actitud consciente y necesaria para que nunca más vuelva a perderse. No obstante, ninguna actividad de reinicio escolar debe hacerse sin el debido cuidado y sin el cumplimiento estricto de las normas de bioseguridad, para garantizar que todos, educadores y educandos, se sientan y se desenvuelvan en las mejores condiciones de protección, porque de nada nos servirá reencontrarnos si las medidas puestas en funcionamiento no nos aseguran (a ellos, a los niños, básicamente), contar esta historia muchos años después a las generaciones de relevo, visto como algo que ocurrió en un momento aciago del pasado de la humanidad, por allá, en las primeras décadas del siglo XXI.

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