Ella vino de Riacho He’e… fumaba esos cigarros poguazú2 que espantaban a los mosquitos cuando estábamos en el frente de batalla…. Lo recuerdo bien -asegura doña Tomasina, sentada a la sombra de un árbol de mango frondoso. Su nombre era Eduvigis. Se cortó el pelo hasta el cuero cabelludo. En ese tiempo no aceptaban a mujeres en el frente. Las mujeres estaban en las escuelas, como niñas que ayudaban para sembrar y cosechar tabaco y alimentos para los soldados. Las de buena posición auspiciaban de madrinas, otras, con menos recursos, como yo, -comenta Tomasina- de enfermeras. Y otras reemplazaron a los hombres en los lugares de trabajo, tanto en la ciudad como en el campo.

Eduvigis siguió a su marido, al frente. Peleó como los hombres, disparando, empujando la bayoneta hacia delante y sacando el machete para hacer un corte limpio, en caso de necesidad. Cuando las balas terminaban y no había tiempo de recargar, seguía con la bayoneta o el machete.

La conocí en el Hospital Auxiliar número 7, un 3 de febrero de 1934. Hacía un calor insoportable. Ella venía con el grupo de soldados que marchaban – desde hacía varios días-  desde el apartado oeste chaqueño. Me tocó atenderla justo cuando casi se desmayaba por la fiebre. Me asignaron al soldado Fulgencio González. Y lo asistí de la mejor manera -sigue el relato doña Tomasina.

Era necesario bañarlo al tal Fulgencio a fin de combatir la fiebre alta. Lo desvestí porque deliraba como un loco. Un cántaro de barro cocido y una palangana de hojalata usábamos para lavar las heridas y bajar las temperaturas a estos soldados. Los sentábamos en una silla de madera bajo un frondoso árbol y los rociábamos con un jarro. Al hacerlo descubrí sus senos apretados por unas tiras de género blanco, algodón. No dije nada y preferí hablar con el soldado, al recuperarse. Me pidió mantener el secreto. Mi jefe conocía el tema y me exigió lo mismo. El soldado Fulgencio González era, en realidad, la señora Eduvigis, mujer de un tal Eleuterio González, soldado, el sí, que murió en manos de su mujer, en la batalla del Boquerón, en septiembre del año 1932.

Se estableció una fuerte amistad entre nosotras y mantuvimos el silencio. Cuando no se pudo proteger más dicho secreto en el hospital la asignaron nuevamente al frente y fuimos juntas, como enfermera y soldado, acompañando al contingente que llevó el presidente Ayala en octubre del año ’34. Allí nos internamos en plena guerra y combatimos a la par, ella como soldado y yo como enfermera. Su voz ronca era el producto de fumar esos cigarros poguazú. Y sí, espantaban tanto a los mosquitos como a los posibles curiosos, de la identidad de Eduvigis. Era brava y se ganó el respeto de sus compañeros, y el mío, por supuesto.

Una noche, cuando descansábamos sorbiendo la escasa agua que teníamos, me contó porqué ella acompañaba a su esposo en esa guerra. Era el único pariente que tenía. Había perdido a su familia entera por una serie de enfermedades. Y nosotras éramos testigos de la muerte de cientos de soldados bolivianos por la falta del líquido elemento; por enfermedades vinculadas a la escasas fuente de agua buena para beber.

Dos días después, de aquella larga noche de relatos, Eduvigis se ganó el respeto, no sólo de nuestros compatriotas, sino de los desconsolados soldados bolivianos. Les servía agua, por demás racionada, a los soldados -prisioneros- que se entregaban, sumidos en la desesperación, ante la escasez del vital líquido. <<Pe Salvador>> la llamaban los combatientes nuestros, después de aquella heroica mañana que servía agua a decenas de sedientos hombres moribundos, a la sombra de los bosques de palmeras, entre árboles de “tatané”, “guarapubú” o “yvira pitã”.

Una patrulla de avanzada que venía de unos kilómetros al oeste relató que descubrieron cientos de botellas de bebidas alcohólicas fuertes. Algunos, al ver las primeras botellas, creyeron que eran ofrendas al Yasí Yateré3; pronto descubrieron que fueron dejadas por los altos mandos bolivianos en su retirada. Lo que me convenció que aquella actitud de Eduvigis -y la determinación de los soldados- los salvó de la muerte segura, sea por sed u otras causas relacionadas.

Walter Hugo Rotela González

1 El salvador, en guaraní.

2 Cigarro grande, en guaraní.

3 Duende o gnomo de la mitología guaraní

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