¿Sabemos cuántos ciudadanos estadounidenses hijos de migrantes mexicanos –sea padre, madre, o ambos- viven hoy en nuestro país?

Con absoluta certeza, no lo sabemos. Se estima que alrededor de 600 mil personas, la mayoría menores de 18 años, son hijos de connacionales que emigraron temporal o definitivamente a Estados Unidos, que nacieron en ese país y que representan el  73.8 % del total de inmigrantes estadounidenses en México. Así lo señala el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), en el  Censo de Población y Vivienda del año 2010.

Estos datos dan cuenta de que este grupo poblacional está compuesto por inmigrantes, sí, pero que  forman parte de la migración de retorno, una de las aristas del flujo migratorio cuyas implicaciones económicas, políticas y sociales, tanto en las localidades de destino como en los retornados, aún no se han analizado de manera suficiente para orientar políticas públicas al respecto.

Los mexicano-americanos en México

Los mexicano-americanos en México

México ha sido históricamente un país de emigrantes, con un muy bajo porcentaje de inmigrantes – actualmente menos del 1% de nuestra población total – , que han llegado de muy distintas partes del orbe; es, además, territorio de tránsito de miles de migrantes, en especial, centroamericanos, que buscan llegar a la Unión Americana.  Y es, también, un país de retorno; lo ha sido siempre.
Este proceso permanente y silencioso tuvo dos antecedentes visibles, la deportación masiva de más de 400 mil mexicanos durante la época de la Gran Depresión de finales de los años veinte y la provocada por la Operación Espaldas Mojadas ante el incremento de trabajadores migrantes indocumentados luego del fin del Programa Bracero, a mediados de los años sesenta. Sin embargo, en las últimas décadas, y en especial luego de los ataques terroristas a las Torres Gemelas, el recrudecimiento de las políticas antiinmigrantes en Estados Unidos, aunado a las crisis económicas recurrentes que han afectado tanto a México como a Estados Unidos, así como el incremento considerable de deportaciones, han motivado un aumento importante en el flujo de retorno a México. Se trata a veces de migrantes indocumentados deportados; de  familias completas, algunos con hijos nacidos en la Unión Americana que regresaron de manera voluntaria o forzada; de menores que son enviados por los padres a vivir con los abuelos u otros familiares para protegerlos de una eventual deportación que pudiera separarlos abruptamente; o incluso de niños y adolescentes no acompañados.

Los mexicano-americanos en México

Los mexicano-americanos en México

En su conjunto, los migrantes retornados son un grupo vulnerable, que pasa por un verdadero calvario en su proceso de reinserción a ésta, “su tierra” o “su nueva tierra”. Pero mientras los retornados adultos vuelven a su lugar de origen, a un ambiente conocido – aunque no siempre lo es tanto-, donde se habla su idioma, los niños y jóvenes retornados nacidos en Estados Unidos, estos mexicano-americanos, se ven de pronto en un espacio que les es ajeno, en el cual el español, su lengua materna – que han conservado a nivel oral – no es su lengua culta, la que leen y escriben,  y donde, entre otras penalidades, se enfrentan a un sistema educativo que no cuenta todavía con los mecanismos para insertarlos de manera que puedan acceder al proceso de enseñanza-aprendizaje con expectativas de éxito, menos aún para aprovechar los conocimientos que ellos adquirieron en el ámbito escolar estadounidense.

Así, estos niños y adolescentes, que son la mayoría de los 600 mil mexicano-americanos que viven en México, constituyen un capital humano que estamos desperdiciando.

Y podemos suponer que el número de mexicano-americanos en México es superior a la cifra reportada en el censo de 2010, porque antes de que la circularidad y la temporalidad dejaran de ser rasgos distintivos del fenómeno migratorio de nuestro país, muchas de las esposas de emigrantes,  principalmente del norte del país y de la región del Bajío, acostumbraban viajar, – embarazadas –  a Estados Unidos,  para que sus hijos nacieran en aquel país.  Así, -pensaban- siguiendo la tradición migratoria de esos lugares, podrían irse al norte a trabajar sin problemas cuando fuera su momento. Muchos de estos mexicano-estadounidense crecieron en México, vivían aquí cinco años antes del censo de 2000 y del de 2010, por lo que no necesariamente forman parte de las estadísticas disponibles hasta ahora sobre mexicano-americanos en México.

Mantenernos indiferentes respecto a la debida atención de este grupo poblacional tendrá costos muy altos no sólo para esa generación de menores migrantes en retorno, sino también para la sociedad mexicana, de la que ahora forman parte.

 

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