Así sin más, sin largos análisis técnicos, porque si, porque a nivel intuitivo y hasta instintivo, lo sabes, lo deseas, sin pensarlo dos veces, sin urdir intrincados planes de contingencia.
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Hay momentos en la vida en los que involucrarse directamente es imperativo, de repente, sin haberlo programado, un camino tan válido como los otros. Beber del chorro del grifo sin mediación de vasos, o montar un espectáculo callejero improvisado, sin otro motivo que las mismas ganas de hacerlo.
A la vida no se le puede andar siempre midiendo al milímetro. Está hecha, existe para lanzarse de cabeza y de corazón. Y no es que los que pensamos así seamos valientes, somos curiosos, y claro, el resultado final es casi el mismo que si fuéramos valientes. La curiosidad es una poderosa fuerza de la vida. Una vida que es un cúmulo de excitantes experiencias en las que darse un buen chapuzón. Innumerables cosas nos perderíamos si a cada momento nos pusiésemos a medirlas antes de hacer nada.

Nada como correr al encuentro de la vida, intentar despegar, y si fallamos, si la cagamos en algo, que sea por intentarlo, por tratar de meternos de lleno, por ver y experimentar por uno mismo, y no por no atreverse a salir a exponernos a las cosas porque se salga del plan previsto.

¿Control? Suelta el control, joder, al menos un rato al día. La naturaleza es intensa e imprevisible, no sabe de dosificaciones y medidas, nosotros somos parte de ella, dejemos de vez en cuando de simular que no lo somos.
La sobreorganización es un defecto como cualquier otro. No está mal pensar en las cosas, y trazar un pequeño plan, pero mejor será el esbozar un argumento general abierto a cualquier giro inesperado, que los habrá a montones que montar un guión detallado hasta la última coma, que en un soplido se puede venir abajo por completo. Hay que tener afilado el instinto de improvisación, ese que abunda en todo el reino animal, para saber reaccionar a los imprevistos que se salgan del guión y no acabar completamente perdido. Para poder bailar al borde del precipicio y reír ante la proximidad de las balas, saber que tienes la fuerza para superar cualquier imprevisto. Una fuerza que viene de uno mismo y no de protocolarias programaciones.
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