Nadie podía imaginar qué era eso tan importante que la mantenía anclada a este mundo. Nadie podía ni siquiera imaginar qué era aquello que quedaba por hacer, y que sólo a ella le estaba encomendado.

Hacía semanas que sus ojos, como dos faros sin luz que ya nunca más verían el mar, se habían convertido en dos pequeñas esferas resecas y opacas que intentábamos que no perdieran del todo su brillo, cubriéndolas con gasas humedecidas en lágrimas.

Sus labios agrietados ya nunca más volverían a besar, ni sus manos a acariciar…

Perdida entre las sábanas de un lecho de sueños y esperanza, su cuerpecito era como el de una marioneta a la que han cortado los hilos, y aunque por fin es libre de elegir la melodía con la que bailar por sí misma, ya no tiene fuerzas, ni ganas, ni alegría.

Poco a poco la muñeca se fue rompiendo… Primero fue su mente, y luego su cuerpo.

Esa última noche, era una noche como otra cualquiera, pero era una noche fría y sin estrellas. Una dulce voz cantaba “Volver”, a lo lejos, y casi sin pedir permiso se adentraba en lo más profundo del alma de quienes la escuchaban.

Sobre la vieja mesilla carcomida por el paso del tiempo, el tictac monótono del imperturbable reloj me sacaba de mis casillas de tal manera, que tuve que enterrarlo entre las sábanas del cajón de la cómoda.

¿Cómo es que a nadie más que a mí le resultaba exasperante ese horrible y martilleante sonido?

Quizás nadie se había percatado de su mensaje. Quizás nadie más que yo entendía el significado de aquello. Era como una cuenta atrás, pero hacia qué…

Mirando aquel cuerpo demacrado, no era capaz de descubrir por qué no soltaba amarras. Por qué se resistía a abandonar aquella cárcel que la retenía.

Pasé toda la noche atenta a cualquier posible cambio en su respiración o  en el latido de su incansable corazón. Le hablé de la vida y del amor, de los días de juventud, del hola y del adiós. Le conté que todo estaba bien, que no había nada que cambiar, porque todos la habíamos querido tal y como era.  Porque a pesar de no haber tenido hijos, todos éramos de alguna forma hijos e hijas suyos. Porque ella era y sería siempre nuestra madrina, la madrina de todos. La tía que nunca olvidaba un cumpleaños y que todos los domingos, junto con el tío, venía a casa a visitarnos, y a la que esperábamos con un trocito de roscón de reyes…

Una inspiración más… una espiración menos… y el reloj en el cajón. Poco a poco pasaba la noche sin estrellas, y en algún lugar, el arca del último viaje esperaba paciente a su pasajera. Pero ella aún tenía algo más que hacer. Ella debía cumplir su promesa. Porque él la esperaba, y así se lo hizo saber antes de despedirse hacía ya 7 años. Y ella le prometió, que un 14 de febrero volverían a abrazarse. Nadie imaginó que estaba a punto de cumplir lo prometido.

El arca del último viajeY en un instante, casi sin darnos cuenta, el reloj se paró y todo terminó. Bueno, no todo.

Su espíritu se vistió de gala, soltó amarras y al arca subió y allí estaba él, esperándola envuelto en paños, en silencio y sin dolor. Los pusieron juntos, muy juntos, y se abrazaron los dos.  Era 14 de febrero, como ella prometió. Cerraron la tapa del arca y en silencio se marchó.

Y a lo lejos sonaba Gardel,

Y aunque no quise el regreso
siempre se vuelve
al primer amor.

La vieja calle
donde me cobijo
tuya es su vida
tuyo es su querer.

Bajo el burlón
mirar de las estrellas
que con indiferencia
hoy me ven volver.

Volver…

 

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