Y fueron tantas las lágrimas y tan seguidas, que según iban saliendo las tragaba en un movimiento absurdo, como si de esa manera reciclara la pena y purificada fuera de utilidad. Sigmunda era flaca, huesuda, de piel amoratada por un frío constante que le helaba el alma. Sentada en la silla del desconsuelo miraba los bonitos vestidos, los buenos colegios de las demás. Era hija de los porteros de un edificio de lujo, en una zona exclusiva. Tenía quince años y no era guapa, ni mona, ni siquiera fea, no era…su rostro lo olvidabas nada más verlo, no había nada destacado ni para bien ni para mal, introvertida, no mantenía la mirada por miedo a todo.

La hija del portero era etérea, muchos ni sabían que los porteros tenían hija, aunque siempre les abría la puerta a los señores, señoras o señoritas, eso sí le dolía, las señoritas tenían su misma edad y ni la miraban. Soñaba Sigmunda salir con ellas, ir al cine y reír con ellas porque ellas siempre reían.

Imaginó burlas por su atuendo remendado y las puntas de los zapatos cortadas para que el calzado durara un año más, con los dedos comprimidos en un punto, para expandirse después en una exposición obscena que le causaba angustia. Burlas imaginadas…, aunque tenían privilegios que ella echaba en falta, compartían virtudes. Ni la pobreza equivale a bondad, ni la riqueza a maldad, tópicos muy fáciles de usar. Suerte o desgracia caen también sobre los que habitan muros anchos y techos altos y así, fortuna y fatalidad bailan juntas esa danza macabra, con movimientos caprichosos ajenos al danzarín, que los lleva como carnaza a destinos muy diferentes.

El nombre del verdugo es “Pobreza”, al que han dado palco de honor en el teatro de la vida. 

Crece adquiriendo un tamaño terrorífico, se expande como una babosa que engulle al que tiene al lado, sin clemencia… indiferente al llanto, al miedo, a la enfermedad. Cuenta la historia que puede volverse contra quien la alimenta…, cuenta… que al principio es débil luego se vuelve fuerte y sin compasión, cuenta…, que se llama: causalidad.

Otros aseveran que las lecciones que nos enseña la historia son largamente ignoradas, estos aseveran, verdad. Muchas lágrimas forman tsunamis incontrolables, arrasadores…

Sigmunda tuvo una existencia predeterminada o quizás no, anclada en el momento perpetuo, un devenir de días iguales como si la vida estuviera orquestada para los demás, mientras ella abría la puerta.

Demasiadas lágrimas y muy seguidas.

 

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