Ella se regodea entre las sábanas sucias de decenas de amantes. Contempla el cielo y las luces magentas desintegran sus pupilas dilatadas e inclementes. No sabe que esperar, pero espera. Tiene un presentimiento. Un lejano latido se acerca a su piel y a sus rayos desnudos. Nunca había sentido un deseo y un furor tales como los que se manifiestan esta tarde. Fuma y contempla las siluetas del humo enrollándose entre sus dedos filosos. Ella es Lilith, bruja vampira que se alimenta de las vértebras del mundo. Colapsa sus emociones en una burbuja de metal: ríe solitaria, se abruma y se volatiliza sin encontrar los límites de la realidad. Enloquece en su atalaya. Vibra al observar las ventanas esféricas. Su piel se fragmenta y se vuelve líquido, un mar de enseñanzas míticas. Esqueleto que navega en sí mismo. Contornos irreales se imantan a las bóvedas de los sueños, y ahí se queda perdida. Recuerda entre sombras a sus hijas. 

Amanece. Abre los ojos. Alguien la mira. Está encima de ella. Sus cuerpos están desnudos. La locura en sus vientres se aproxima. Hierve y ruge. No comprende que es lo que sucede, pero comienza una marea interminable que no puede controlar con sus garras. El asesino se mece violentamente sobre ella, sólo puede morder su hombro y arrancarle un pedazo de carne. A él eso no le importa, no interfiere con su salvajismo, está en trance, sin control sobre su carne lívida. Ella da un suspiro, brama y despierta. Está sola sobre su cama. Ese hombre ha sido un sueño dulce, inquietante, violento y pavoroso. Único. Recuerda su nombre: Caín. Es el futuro el que soñé, piensa. Se sobrecoge en la habitación solitaria.

Su esposo está en los laberintos de la ciudad. Él tiene prohibida la entrada a la habitación de Lilith. Ella tiene a todos sus amantes perfectamente definidos, pero al hombre que acaba de soñar nunca lo ha visto, y piensa en él.

Se estremece al recordar los instantes lúbricos de su sueño. Mira al cielo y las estrellas rutilantes coronan su ambición. Ahí es donde su voz se esparce y se imanta a la voz de sus violentas hijas.  

Sirvientes y doncellas van y regresan de sus aposentos. Le sirven sin levantar la cabeza. Ella mira desde las alturas a su pueblo hecho un lodazal, posee riquezas, lujos. Además, un marido que se encarga de las cuestiones administrativas mientras ella dirige el cauce mágico de la ciudad, de su mundo entretejido en locura, orgasmos y costras de sangre. La sombra de Caín se yergue en sus recuerdos retorcidos. Pureza y salvajismo en sus quijadas inquebrantables, puras de rabia y deseo, amor y violencia. Llueve largo en las voces de sus ojos. Calla sin remedio. Gritos obscenos se despliegan por las habitaciones de su magnífica torre.  

Una noche, desde las alturas, ve a un hombre llegar a la ciudad montado en un jumento. El cielo explota sin tregua. Colores se desatan. Sabe que es Caín. Una horrenda señal en la frente  le hace distinto al resto de los mortales. Es casi una herida.

Un viento negro encima de sus ojos marcados. Su boca es gruesa y hermosa. Sus músculos torcidos dan la impresión de duras y ardientes cabalgatas por desiertos y selvas. De grandes esfuerzos y batallas. Símbolos se ocultan en su vientre, navegan en doble sentido. Tiene secretos, conquistas de otros tiempos. Un asesinato a sus espaldas. Sin embargo, no se repliega, continúa, se ha convertido en nómada, él que sedentario era y apaleaba la tierra sembrando hortalizas. Ofrecía sus frutos a un orgulloso Dios. Ahora todo ha cambiado, negro ha de volverse para la Tierra. Una caricia destrozada.

Una voz errante para la historia del mundo. Carne insecticida que deambula en los circos obscenos. Se contrae en sus pensamientos ensimismados. Y con odio hacia Dios se enfunda en la certeza de la ruta del pasado-pasado, del pasado-presente y del pasado-futuro que lo lleva de época en época, viajero del tiempo, hasta los senos y la gruta de Lilith. Hembra eterna. Mito de la historia. Leyenda recalcitrante en la herida de las aguas. Fuego interno que se desvela en sus brillos. Potencia y furia de los abismos. Se corrompe en su luna, tan opaca y abierta a la locura, que está lista para el encuentro. Sus ojos brillan, se llenan de lágrimas.

Sabe que la abandonará dejándola preñada y que años después lo verá de nuevo, y le contará historias fantásticas de ciudades y hombres del futuro: conocerá a su hijo. Se llamará Enoc. Recuerda que Caín es invencible. Lo ha soñado. Él es ahora su luz. No tiene dudas de que estará con ella en sus aposentos durante horas y horas, e inquieta se mira en los espejos para sentirse suculentamente bella cuando se encuentren. Peina sus cabellos dorados y acaricia sus caderas para encontrar el punto exacto de la seducción. Amante sin par es Caín, piensa Lilith, al recordar las embestidas oníricas.

Es virgen, y su simiente es más que fértil. Semental protegido por el Sol y la Luna. Protegido por mí. Amantes asesinos. Hermanos de la obscuridad. Hijos de la llama sin fin. Caldera de besos humeantes que destruyen todos los abismos y obstáculos. Mis hijas me recordarán al igual que a Caín. Herederos de fama y eternidad. ¡He dicho! —exclama Lilith y una bella sonrisa se posa en sus colmillos.  

Horas después, en una larga tarde marrón, Caín descarga por primera vez sobre ella. Y continúa. Descarga y sigue. Su potencia no conoce rival. Se encienden las llamas negras de sus ojos, la concupiscencia de sus cuerpos se exalta, se tuercen los miembros en la danza de la sangre. Ella le arranca un pedazo del hombro y Caín prosigue en sus embestidas que la hacen gritar. Pero ahora no es un sueño, Lilith está con el fratricida original, quien también tiene colmillos, y trama un plan contra Dios.

Ama a Lilith tan profundamente como odia al creador. Ella le ama tanto que se cortaría un brazo o una pierna por él. Se mataría. Y sabe lo que le espera al lado de Caín. Ha leído cada página del futuro del viajero del tiempo. Él le dirá: “El futuro ya está escrito”. Lo ha visto en sus sueños. Pero también vio a un hombre, viejo e inteligente, delineando figuras, delineándola a ella y a él, escribiendo un libro donde ella es personaje, donde Caín engaña a Dios. La portada del manuscrito dice Caín. Año 2009. Es entonces cuando Lilith piensa en sus hijas. En las futuras mujeres de la Tierra. Será  inmortal, la recordarán a través de los libros y las voces de la gente. Caín también será inmortal.

Su historia se repetirá una y otra vez entre hermanos que se odian. Y en medio de esos pensamientos siente la treintava descarga de Caín sobre ella.  

Al fin, tendidos sobre las sábanas, exhaustos de horas y horas de encuentro, Lilith le cuenta a Caín sus sueños, le dice saber que es un viajero del tiempo, que puede ir a cualquier época, a cualquier lugar. Le cuenta sobre el escritor y el manuscrito que lleva su nombre. Él se sorprende de lo que ella ha visto, pues conoce sus secretos, el asesinato de su hermano Abel, sus vagabundeos.

Es entonces que decide viajar sobre su jumento al año 2010. Un año después que el viejo escritor acabe la novela sobre su historia. Ha decidido asesinarlo. Él es Dios, a mí no me engaña, puedo acabar con él. Seguro no tiene la protección que me dio a mí.  

Atraviesa vetas del tiempo, y llega a Lanzarote, provincia de Las Palmas, España. Es 18 de junio del año 2010. El anciano se parece a Abel, piensa Caín. El escritor tiene los ojos cerrados. Está soñando. En el sueño ve a un hombre vestido de negro que escribe un cuento sobre su última novela. El título es “Bajo el sexo de Caín”. Lee la historia pero no alcanza a leer el final del cuento porque un dedo toca su hombro, y se despierta sobresaltado en horror.

Ve frente a él a Caín con los colmillos desdoblados y a su jumento detrás. Una roca se estrella sobre su frente y se parte en dos su cráneo. He matado a Dios, ahora ya nada podrá hacernos daño, amada Lilith —dice Caín.  

Texto incluido en el libro de cuentos Corredores salvajes, Luhu Editorial, España, 2016.

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