Andar por las calles de mi pueblo, cuando llegaba a pasarme unos días, era revivir recuerdos de mi familia y de las familias que conocía, cuando niño, y de sus muchachas, pero también era impregnarme de sus fragancias y situaciones, hechos y acciones que se quedaron colgadas de las vigas de su pasado y que me regresaban a ese momento indeleble en el recuerdo. Me sucedía cada vez que llegaba y era como si renaciera, deslastrándome de costras adheridas, producto de los hechos cotidianos que me envolvían en un presente atosigante.

A veces, me iba caminando en la hora indecisa  (nona, la llaman en algunas regiones), entre el atardecer y la llegada de la noche y me empapaba de aquellas sensaciones que flotaban en cada espacio entre sus aceras adyacentes, como si fueran bambalinas ondulantes.

Otras veces me paseaba a medianoche o al filo de la madrugada para escuchar los susurros que quedaron de vivencias anteriores, de los miles de sueños que dejaron sus hijos difuntos cuando fueron llevados en sus ataúdes, cargados en hombros, hasta la última morada. Sí, los muertos eran llevados a hombros por aquella calle larga que llegaba hasta el camposanto. Esos susurros me decían que aun cuando me alejara hacia otros espacios a continuar la vida, el hálito de aliento que exhalaba y que permanecía flotando en cada rincón de esas calles, permanecería hasta el final de los días para contarles a otros la sensación de mis vivencias  y de cada habitante que anduvo ese mundo pueblerino, cargado de anécdotas, episodios y acciones particulares en el trajinar perecedero de cada día. 

Ahora han ido construyendo hacia la periferia del poblado, edificando casas y fundando barriadas sin que en esos lugares recién poblados se manifiesten las esencias de las andanzas de sus pobladores que murieron o que permanecieron poco tiempo entre esos sitios recién fundados, porque la esencia de memoria no se ha asentado, para dejar historias entremezcladas en el polvo terrenal barrido por el viento y que no las reconoce. Eso suele pasar cuando un suelo nuevo no tiene historia  y apenas está empezando a levantarla.

Las viejas casas que permanecen resistiendo el paso de los años en su casco central,  datan de cuando el pueblo era un villorrio en aquellos tiempos de inicio de centuria, vale decir, a principios del siglo XX. Por eso, el sabor especial que deja el pasearse por sus calles, despierta y mantiene la añoranza, cuando se está lejos. Despierta y mantiene el deseo de volver hasta él, aun cuando la mayoría de nuestros ancestros, por no decir todos, ya se hayan marchado a otros planos de energía, quién sabe hasta cuál espacio de tiempo inimaginable, aunque sus sueños permanezcan flotando, consustanciándose con las otras esencias de pobladores antiguos en su aire único de región provinciana y así nos lo dice.

De aquellas vivencias flotando en el ambiente, recojo muchas de amigos y conocidos que ya murieron, dejando en ellas, clamores y anhelos, como, por ejemplo, querer ver su pueblo dotado de ciertos servicios que lo levantaría del atraso que lo sume. Uno de ellos ha sido la carencia de agua en la zona central y en todas las áreas, pues las expresiones de pesar vienen de todas partes que lo conforman.

Con todo y estar rodeada de embalses y presas que dicen lo paradójico de la situación. A pesar de que ha habido gobiernos locales, regionales y nacionales que tienen conocimiento detallado, nunca se ha llegado a establecer un mecanismo técnico eficaz que resuelva la problemática planteada desde tiempos remotos. Es cierto que se han dado convocatorias y reuniones de personalidades oriundas, destacadas en diversos campos del acontecer nacional y que, por supuesto, tienen mayores oportunidades de ser escuchadas por quienes tienen la real posibilidad de apaciguar el clamor, pero hasta el tiempo presente, no se ha visto una acción efectiva que recompense estas justas aspiraciones.

La última vez que estuve en el poblado y que me paseé por sus calles, me asaltó una  serie de dudas a medida que los recuerdos se me aparecían como ráfagas de vientos ululantes. Era la incertidumbre de saber si a los jóvenes de generaciones recientes, también les pasará lo mismo cuando sientan nostalgia por las cosas de su tiempo ya ido, sabiendo que lo que les haya sucedido, será recordado por generaciones futuras y que serán guardadas y atesoradas por la magia del pueblo.

¿Y también habrán de recordar cuando fueron alumnos de bachillerato? ¿Llegarán a sentarse en los lugares destinados para ello en la plaza Bolívar a contarles a los árboles ancestrales (que tal vez no serán los mismos de siempre, porque han sido reemplazados por otros más recientes), sus cuitas de amores primerizos? Nada me habría de responder en ese espacio de tiempo en que estaba ubicado, a pesar de que los sueños, sentimientos y valores sean los mismos, manifestándose a través de pasos imparables hacia un destino señalado para cada uno de nosotros. Comprendo entonces que cada época tiene su momento que debe vivir toda persona en desarrollo para su futuro y se le presentará como lo hizo en cada uno de nosotros. Me refiero a los que ya vamos de salida de este plano terrenal. Es todo.

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