En estos días me es absolutamente imposible, dejar de reflexionar sobre la estupidez humana, y es que esta semana que termina, se cumplen tres cuartos de siglo, del bombardeo a Isla Ancha (Hiroshima), y Cabo Largo (Nagasaki), el 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente.

El filósofo vasco Fernando Fernández-Savater Martín, dice que, en su Diccionario Filosófico,

“No hay que confundir los estúpidos con los tontos, con las personas de pocas luces intelectuales:

pueden también ser estúpidos, pero su escasa brillantez les quita la mayor parte de peligro. En cambio lo verdaderamente alarmante es que un premio Nobel o un destacado ingeniero puedan se estúpidos hasta el tuétano a pesar de su competencia profesional. La estupidez es una categoría moral, no una cualificación intelectual: se refiere por tanto a las condiciones de la acción humana”.

Lo anterior porque si bien puede entenderse el contexto del término de la Segunda Guerra Mundial, y la competencia militar que ya se venía de manera frontal, entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en donde estos últimos habían tomado la ventaja en Europa, no debemos de olvidar que los soviéticos realmente fueron los que derrotaron a los alemanes en mayo de 1945, esto provocó que las alarmas se encendieran en Washington, ya que perder esta competencia, evidentemente habría significado la cesión de territorios aliados, mercados comerciales;

en general la disputa era, el liderazgo mundial.    

Pese a la rendición de Alemania, Japón aún y cuando ya estaba muy diezmado no pedía cuartel, pero era claro que los norteamericanos vencerían, los analistas cercanos al Presidente Harry S. Truman (que por cierto, la S de su nombre no significa nada, fue el intento de sus padres de complacer a ambos abuelos, cuyos nombres eran Shipp y Solomon), y el mismo mandatario, no querían un triunfo simple, vislumbraban la ocasión de poner de manifiesto la superioridad de su país, sobre el de los rusos, una estupidez, me parece muy bien, entiendo, que se desee enviar el mensaje de grandeza al rival, pero porqué sobre la población civil de un país ya prácticamente derrotado.

El Proyecto Manhattan, bajo la dirección técnica del físico Julius Robert Oppenheimer, y la directriz militar de Leslie Richard Groves Jr., el cual

contó con el financiamiento de Canadá, Gran Bretaña y obviamente Estados Unidos,

consiguió construir tres bombas nucleares, Fat Man que destruyó Hiroshima, Little Boy hizo lo propio con Nagasaki, y Trinity que previamente se probó en el campo de tiro y bombardeo de Alamogordo, Nuevo México, siempre he pensado, que para una demostración, y dejar en claro el tipo de armas que se poseían, con este último artefacto era suficiente, es más en un caso extremo, no correcto, pero una isla desierta, habría sido opción.

Evidentemente, la estupidez se impuso, y se promovió se estableciera un objetivo que además no fuera Tokio la capital, porque ya se encontraba muy destruida, y el mensaje que se quería mandar tenía tres propósitos; que fuera una ciudad mayor a 4.8 kilómetros de diámetro, que la explosión causara un daño efectivo, y que tuvieran muchas posibilidades de no ser atacadas, por lo que se eligieron, Kioto, Nagasaki, y Yokohama, que se habían mantenido prácticamente intactas durante la guerra.

Fernando de Magallanes en 1521, durante su travesía marítima para dar la primera vuelta a la tierra,

que concluyó Juan Sebastián Elcano, descubrió lo que en su momento llamó las islas de Los Ladrones, porque ahí los nativos les robaron unas barcazas, posteriormente pasaron a llamarse Marianas, en honor de la Reina Consorte de España, Mariana de Austria, de ahí salieron los aviones Enola Gay el 6 de agosto, y tres días después el Bockscar. Se calcula, pues nunca habrá certeza, que de manera inmediata murieron 150 mil personas, y posteriormente por las quemaduras y la radiación, pudieron ser medio millón, más todas las secuelas que se pueden tener por la radiación nuclear, dejando zonas inservibles por cientos de años. Sin duda la estupidez.

Según el historiador económico paviano Carlo Maria Cipolla, en su ensayo Alegro ma non Troppo (Alegre pero no demasiado),

pueden establecerse cuatro categorías morales,

“primero están los buenos (o, si se prefiere, los sabios, los únicos que pueden aspirar a tan alta cualificación) cuyas acciones logran ventajas para sí mismos y también para los demás; después vienen los incautos, que pretenden obtener ventajas para sí mismos pero en realidad lo que hacen es proporcionárselas a los otros; más abajo quedan los malos, que obtienen beneficios a costa del daño de otros; y por último están los estúpidos, que, pretenden ser buenos o malos, lo único que consiguen a fin de cuentas es perjuicios tanto para ellos como para los demás”. Lamentablemente Cipolla contempla, que hay infinitamente más estúpidos, que buenos, incautos, y malos, juntos.BARBARIE 75

 

 

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