Si me preguntan si escribir es complicado, mi respuesta es simple: no lo es. Lo complicado es aquello que escribas tenga musa, arte, trabajo y obstinación con las palabras. Sin duda Gustave Flaubert es el escritor que dramatizó en extremo eso de escribir. En muchas de sus cartas se quejaba sobre no encontrar la palabra adecuada para una frase. O de que pasaba días y noches pensando en un coma que había quitado, luego en una madrugada se levantaba y como un fantasma poseso volvía a ubicar la coma en el mismo lugar.

Quedarse en esa orilla solitaria de lector despreocupado es lo más sano o hacer como Don Quijote quien no se ocupó de tomar la pluma debido a que muchos menesteres lo ocupaban. Al pasar esa cerca, que separa al lector del escritor, a quien lo hace no le queda más nada que seguir, que tomar un sendero sin saber a ciencia cierta donde se ha metido, ni a que lugar lo llevará la escritura. Un miedo le recorre la espalda, pero ya no hay vuelta atrás. Daniele del Guidice escribió: “Aquí estoy, frente a la hoja en blanco. ¿Cuántas veces he estado así desde la primera vez? ¿Cuántas veces más lo estaré hasta que llegue la última? No son invenciones, escribir es difícil. Para todos. Después de las charlas, las discusiones, las reuniones, las presentaciones de libros, te quedas solo. Te quedas solo y es difícil. Siempre ha sido mi orgullo: sí, está bien, con gran disposición los demás te siguen para conversar, para reunirse, para perder el tiempo, Sin embargo, ¿Cuántos de ellos pueden sentarse frente al teclado y expresarse? Es decir, reconstruir, sistematizar, intuir, analizar, sintetizar, encontrar una imagen que vuelva corpóreo el razonamiento, etcétera, etcétera.

Te quedas solo. Es difícil y sientes miedo”.

Miedo a no estar a la altura de lograr belleza con las palabras, miedo a no forjar una obra de arte (Así llamaba Nabokov a las grandes novelas de la literatura), miedo a ser un escritor del montón. No sé si Corín Tellado sintió ese miedo. Una entrevista a la madre superiora de la novela rosa dijo que muchos escritores de su generación buscaban la mil y una excusas para no escribir (Franquismo incluido) y “Allí continuaron sin escribir un pimiento”. En ese entretanto Corín Tellado se iba a su cuarto y en dos semanas terminaba dos novelas. Mario Vargas Llosa, que la denominaba con respeto laescribidora, escribió: “Su rutina era estricta y laboriosa. Su ama de llaves, una mujer que la acompañaba desde siempre y le resolvía todos los problemas prácticos, la despertaba a las cinco de la madrugada. De inmediato se encerraba en su escritorio, un cuarto claustrofóbico, sin ventanas, atestado de anaqueles con sus novelitas, y allí permanecía 10 horas escribiendo, con una breve pausa a las ocho, para desayunar. Escribía casi sin parar y casi sin corregir. Al salir del escritorio, a media tarde, tenía 50 páginas oleadas y sacramentadas, es decir, la mitad de una novela. Escribía dos por semana y, a ese ritmo, su obra se acercaba ya a los 3.000 volúmenes. Me explicó que su problema como escribidora, era que su cabeza “Funcionaba más rápido que su habilidad de mecanógrafa”. Que, si no hubiera sido por la lentitud de sus manos ante el teclado, escribiría más, mucho más”.

Ahora que estoy dando los toques finales a este zurcido texto no tengo miedo y por el contrario trato de imaginar ese terror del veterano escritor que se queda en blanco, que se sumerge en ese pantano de arenas movedizas en el que si se mueve mucho se hunde y en el que si se queda inmóvil no avanza. A este empantanarse se llama también bloqueo de escritor. Hay muchas recetas para salir de este bloque como escritores, grandes y pequeños, existen.

En estos días de encierro el miedo al Covid era superfluo comparado al miedo de no escribir más por pereza o cualquier otro artilugio dispuesto sobre el escritorio de trabajo. Con respecto a esto Osvaldo Soriano escribió que de eso se trataba, “De los escritores que alguna vez nos hemos quedado mirando por la ventana esperando a que Dios provea”. O toda caso a la musa que trepe por la ventana del cuarto del apartamento y pueda seducirnos para que la inspiración se manifieste. La musa existe al igual que los unicornios, pero a veces se vuelven escurridizos.

Llego al final y salgo del pantano. Me apresuro a estampar el punto y final.

Y allí queda el cursor titilando como un respiro de alivio.

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