Muchas veces la vida se asemeja a un carrusel de feria, de esos que tienen tacitas que giran sobre sí mismas… Recuerdo que cuando era niña, la llegada de la feria a la ciudad significaba el comienzo de la estación de las hojas. Por una ficha un viaje, aunque si comprabas un bono de 10 fichas te salía mucho más barato cada viaje.

Como decía, la vida en ocasiones me recuerda a uno de esos emocionantes viajes en los que cada uno ocupa su tacita con sus amigos, familiares, compañeros de clase, el primer amor… Y durante unos instantes y de forma alternativa, somos nosotros quienes la manejamos a nuestro antojo, girando el pequeño volante anclado al suelo mediante una barra de metal, en ocasiones llena de grasa oscura, para hacer más fácil sus giros.  A veces puede que no nos guste la velocidad o la forma en la que lo hacen los demás, pero es lo que toca, unas veces lo haces tú, y otras te tienes que dejar llevar para evitar enfados. Mientras, el carrusel sigue dando vueltas, ajeno a lo que ocurre en cada una de las tacitas. De momento te cruzas con alguna otra que te llama la atención, y te fijas en sus colores y en sus ocupantes. Incluso puedes entablar algún tipo de relación con ellos, “mira, la nuestra gira más rápido”, o más bonito, o más lento, o con más elegancia. La relación puede ser cordial, e incluso de amistad, o todo lo contrario, se puede producir un conflicto generado por girar más rápido, o por ser la tacita que tiene los colores más lindos. Pero una cosa está clara, iniciar una carrera es inútil, pues todas van sobre la misma plataforma que da vueltas sobre un gran engranaje, en el que no se distinguen ni principio ni final.

Por una ficha, un viaje

Por una ficha, un viaje

Unas veces la tacita girará despacito, lo que puede resultar aburrido para unos y agradable para otros. Puede que, hasta deje de girar, lo que nos puede hacer pensar que se ha estropeado. Sin embargo, si empleamos toda nuestra intención vemos que somos capaces de volverla a poner en funcionamiento, y si nosotros no podemos, puede que alguno de nuestros acompañantes tenga la fuerza o habilidad suficiente para ello.

Y mientras giramos y giramos, unas veces sin control y otras plenamente conscientes, si nos atrevemos a mirar más allá de nuestro pequeño receptáculo, podemos llegar a descubrir otras realidades. Un mundo más grande en el que aparte de tacitas, giran o dan volteretas otras atracciones  en las que personas diferentes, ocupan sus biombos o caballitos. Podemos ver millones de luces de colores brillando en la noche, mientras aspiramos un dulce aroma a algodón de azúcar y caramelo. Y si nos detenemos a escuchar, se pueden distinguir entre melodías que se entremezclan, los  sonidos de otras voces…

“durante unos instantes y de forma alternativa, somos nosotros quienes la manejamos a nuestro antojo, girando el pequeño volante anclado al suelo mediante una barra de metal, en ocasiones llena de grasa oscura, para hacer más fácil sus giros.”

Personas que permanecen paradas, observando las atracciones. Unas hacen cola para subir, otras simplemente pasan de largo. Unas van solas, otras en pareja, en grupo, o con niños. Y al fondo, como formando parte de una misma escena difuminada, colores de otras vidas. Edificios que se funden con el cielo, jardines, escuelas, alguna tienda…Si la atracción va muy rápida, hasta nos cuesta descubrir dónde empiezan unas y acaban otras.  Sin embargo, cuando la plataforma empieza a reducir su velocidad poco a poco, comenzamos a verlo todo con mucha más claridad, y somos capaces de describir al detalle lo que vemos. Y cuando la atracción por fin se para definitivamente, nosotros seguimos haciendo girar nuestra tacita, porque a pesar del mareo de algunos momentos, y del bullicio que en ocasiones no nos deja escuchar nuestros propios pensamientos, no  queremos bajarnos, no queremos dejar de compartir nuestra tacita con nuestros seres queridos. No queremos que nuestro mundo deje de girar, y nos resistimos ante la mirada inquisitiva de los que esperan ocupar nuestro lugar. Y cuando por fin nos bajamos, miramos hacia nuestra tacita, y vemos con nostalgia cómo son otros lo que suben a ella. Y nos marchamos un tanto cabizbajos, pero felices, por haber podido disfrutar de un viaje, corto, eso sí, pero tan intenso… Y al meter la mano en nuestro bolsillo, una sonrisa se dibuja en nuestros labios, al descubrir que todavía nos quedan fichas para gastar.

 

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