Es curioso la cantidad de cosas que se pueden descubrir en un momento,   si en lugar de solo mirar, intentamos ver más allá…

7:30 de la mañana, estoy parada en el semáforo de todos los días con la mirada  y la mente perdidas en un mar de pensamientos,  que se suceden de forma desordenada y bombardean mi cerebro.  ¡Pero qué sueño tengo hoy! A ver si mañana cumplo con mi propósito de acostarme un poco antes.  Echo un vistazo rápido a la luz del semáforo y  algo llama mi atención. Nunca me había fijado en la fachada verde pistacho de la tienda ecológica de la esquina. La verdad es que me resulta un tanto retro. En el escaparate hay un sinfín de envases y tarritos de distintos tamaños y colores que me recuerda a un puesto de feria de esos en los que hay que lanzar una pelota para derribarlos.  En su puerta principal anuncia que tiene productos ecológicos, pues tendré que venir un día a ver…

Algo se mueve en el cielo, giro la cabeza y veo a una paloma  posarse sobre el tejado de la casa de enfrente.  Mira hacia abajo, a la vez que se desplaza graciosamente de lado,  a saltitos, como si  se alegrara de ver algo. ¿Es posible que una paloma se alegre por algo? Tras un par de saltitos más decide salir volando hacia otros tejados que investigar.

En uno de los balcones de esa misma casa, una mujer en pijama  lanza las llaves del coche a su despistada hija que sale corriendo por la puerta, posiblemente después de haber dejado a su bebé con su madre, mientras ella se marcha a trabajar. Recuerdo cuando los míos eran pequeños y también tenía que echar mano en muchas ocasiones de los abuelos y abuelas… menos mal que ahí están, siempre contentos de estar con los nietos.

Mientras tanto, el semáforo sigue centelleando como una bola de fuego a punto de explotar en miles de pequeñas centellas que parecen burlarse de mí.

– Estás bajo nuestro poder… y solo podrás escapar cuando nosotras decidamos apagar nuestra luz.

Delante de mí acaba de parar un señor en bicicleta. Tiene el pelo cano, pero por detrás no parece muy mayor. Es delgado,  lleva una chaqueta vaquera desgastada, y unos pantalones de tela sujetos a los tobillos por ¿unas gomas? Quizás no tenga ropa especial de ciclista, y además ¡está fumando!, fumando y en bicicleta… Entonces seguro que no ha salido a hacer deporte y seguramente la utilice para ir al trabajo. La verdad es que es el mejor medio para desplazarse en la ciudad, si hubiera más infraestructuras…

Miro de nuevo al semáforo que sigue de un rojo incandescente, y  una mujer de unos… años. ¡Vaya! Cada vez me resulta más difícil calcularlo, debe ser la edad, la mía claro (jijiji), dobla la esquina. Camina despacio cabizbaja y con los brazos cruzados delante de ella como si recordara el último abrazo que posiblemente le haya dado su hija antes de despedirse de ella en la puerta del colegio. Casi puedo  adivinar una  sonrisa en sus labios, aunque  apenas puedo ver el color de sus ojos soñadores que esconde tras unas gafas. Posiblemente haya  madrugado para preparar café, el almuerzo de los niños, organizar un poco  la cocina, programar la comida… y ahora estará  a punto de ir al trabajo, para luego volver al colegio a  recoger a los niños.

Detengo de nuevo unos instantes mi mirada en el rojo insolente del semáforo, para volver a dirigirla al frente. Justo en ese momento cruzan por el paso de peatones un chico y una chica cargados con mochilas que por la edad que aproximadamente les calculo,  posiblemente se dirijan al instituto. ¿Habrán desayunado? ¿O habrán salido corriendo con la excusa de no llegar tarde? Mira que yo insisto con no saltarse ninguna comida, pero sobre todo el desayuno. ¡Es la comida más importante del día! Desde que cenamos hasta que desayunamos, pasan unas 8 o 9 horas en las que estamos en ayuno y gastando energía. Porque durmiendo necesitamos energía para mantener todas las funciones vitales de nuestro cuerpo. Además mi madre decía que por la noche, cuando estamos en reposo, es cuando nuestro cuerpo se encarga de reparar y renovar las células dañadas, y nos crece el pelo y las uñas. Y toda esa actividad consume mucha energía. Si no han desayunado, seguro que sus madres les han preparado un buen almuerzo: un bocadillo, unas galletas, una fruta… A mí me encantaba descubrir cada mañana qué me había puesto mi madre para almorzar. Era siempre una sorpresa, pues cuando me preguntaba  qué  quería, siempre le decía, lo que tú quieras.

Y Más Allá De Aquel Semáforo, Pude Ver…

Y Más Allá De Aquel Semáforo, Pude Ver…

Les sigue… ¡mira! si es Juana, con sus perritos.  Todas las mañanas los saca a pasear a la misma hora. Desde que quedó viuda, son su mejor compañía,  y los cuida con tanto amor… ¡y nunca se escaquea de recoger lo que van dejando por ahí! Otras personas, sin embargo no son digamos, “tan cuidadosas”, y  hay calles, sin ir más lejos la mía, que se han convertido en un verdadero campo de “minas olorosas”. Con lo fácil que es ponerse en el lugar de los demás… Si fuéramos conscientes de que nuestro verdadero hogar es todo el planeta, quizá lo cuidaríamos como si fuera nuestra casa. Vamos, que yo creo que nadie tiene el salón lleno de basura, ni les gusta asearse con agua putrefacta…

A ver cómo va el semáforo… ¡Pues sigue en rojo!  Voy a  buscar algo en la radio, a ver si encuentro algo de  música, que no me apetece empezar el día escuchando desgracias y líos políticos.

Bueeeno,  alguien se ha puesto nervioso y toca el claxon con insistencia. ¡Mira que vivimos estresados! Siempre con prisas, mirando sin ver más allá de lo que tenemos delante, como este semáforo.

¡Anda si el semáforo está verde!, ¡me pita a mí!  ¡Ya voy hombre, que ya lo he visto!

 

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