Hacía tiempo que no sabía de ella, incluso dejó de pensar en un tropiezo casual o en don destino, para que le echara una mano en las cuestiones de corazones desbordados por el sentimiento sublime.

Entonces recurrieron a la imaginación, sabía que pensaba en él con la misma intensidad, crearon un lenguaje subliminal que ya iba para años…, de esta manera pasaron la existencia, sin tan siquiera encontrarse, unas breves líneas en unas cartas intercambiando sellos que no dejaron de llegar.

Aquella ridícula situación, extraordinaria para los implicados, fue fomentada por sus cualidades y aunque ambos tenían vidas propias ajenas a este revuelo de entusiasmos, no perdían de ojo la realidad tangible, por ser capaz de arrebatar la magia y el sueño, alimentado con cada latido del reloj.

La imaginación había aderezado el amor platónico con cualidades que seguro no tendrían ni el uno, ni la otra, la fantasía desbordada, había creado historias, viajes, escapadas que ninguna vivencia hubiera podido tan siquiera igualar. ¿Cómo atreverse a un vis à vis? Las letras escritas en un papel elegido con sumo cuidado, hablaban de formalidad, amistad, clima, familia y “los venerados sellos”, próximos a la extinción y primer motivo que los llevó donde ahora.

Hasta que llegó un mal día, con el encuentro desafortunado y casual, el día más triste en la vida de ambos, después de treinta años de amores espirituales, se tropezaron en la calle de los lamentos. Aquel arrebato, hasta ahí perfecto, había pasado tan de prisa que no les dio ocasión de agilizar el paso para aunar lo real con lo ficticio.

La rubia cabellera, el cutis sedoso que le preservó porque tal mujer no era merecedora del castigo fatídico del tiempo, con su artritis, la curvada espalda, el bastón de la derrota y todos los desaguisados de los que ella tenía que estar exenta, por exclusivo beneplácito de Dios.

A él, también lo mantuvo atlético, desbordado de pasión, pletórico de ideas fantásticas, alejado de los martirios que ocasiona la suma de décadas.

El amor se desvaneció con la misma magia que había llegado, justo con el encuentro real, y todo este absurdo por empeñarse en dotar al otro de virtudes descabelladas que doña realidad, destrozó en un cambio de palabras… y solo por eso, las esperadas cartas dejaron de llegar.

 

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